
"Is he wild? Tame? Terrible? Rough? Smooth?".
Hay un momento en que, como saben, la madre de familia retratada en Funny Games pregunta por qué no los matan y ya, por qué se andan con tanto rodeo. Y el psicópata, uno de los psicópatas, responde que uno no debería olvidar la importancia del entretenimiento. Y yo también me he colocado en esa situación de tener que contestar que tal producto cultural o tal cosa ante la cual me detuve más de un minuto para dejarme someter me resultaba "entretenida", puerta de salida para cualquier ironía. No, no ironía: escape para cualquier obligación a defender mi postura. No me parecía, quiero decir, gran cosa. No me resultaba, asumo, una gran obra de belleza o de reflejo de la condición humana. También para mí lo entretenido es un pase de salida, una carta comodín. Un concepto tan maleable como etéreo. El rap de Memo Ríos sobre la muerte de Pedro Infante me resulta gracioso, entretenido. 
Originalmente éste iba a ser un correo electrónico dirigido a un amigo pero leer otros blogs me estimularon a escribir lo que yo puedo juzgar, sin demasiado distanciamiento, como una honestidad mediocre que me puede llegar a preocupar en los momentos en que sin estar escribiendo estoy narrando, pero no es esto de lo que quiero hablar. Va más por el lado de que voy en el camión leyendo Huesos en el desierto, que me prestó un compañero de la oficina, y leo y leo sobre los crímenes pero la verdad es que me pierdo en los datos, en la falta de historia y en palabras con un peso específico, en expresiones clínicas y desapegadas como "decúbito ventral" que por supuesto me refieren a catálogos ficticios, pero no sin menos peso, como el del extenso capítulo-novela que se encuentra en 2666, "Los crímenes". Me pierdo también en el camión, entre todas las personas. Pero no es camión, es el Metrobús, y alguien apuntaba en que ir en el Metrobús ciertamente no es como ir en el camión. Mucho menos como ir en el metro. Uno, en el Metrobús,no le dirigirá la palabra a otro pasajero a menos que se tope con el caso raro de una persona que está leyendo un libro que uno conoce (se sentirá abochornado por esto, no lo olvide) ni olerá las cajas de unicel que utilizaron los meseros que ahora descansan para transportar pescado del restaurante donde trabajan (como en el metro, para gran risa de ancianas y chicas morenas y rellenitas) sino que le mandará un mensaje irónico y chistoso al amigo que se quedó encerrado en la oficina, llamándolo "lacayo" -y pensando, todo el tiempo, no, resguardando en su interior la memoria enterrada del cuento Los crímenes, que sucede a altas horas en una oficina en El secreto del mal, también de Bolaño. Uno en el Metrobús, pues, sin nadie a quién hablarle, sentirá miedo. Hasta aquí, pues, mis azotes socioeconómicos.
En la televisión The Ape, una película con James Franco de hace tres años. No la veo de corrido porque busco constantemente algo en otros canales que valga la pena. Pero tirado sobre el sofá, como un orangután agotado, el control en mano, entiendo que la película trata sobre un hombre que aspira a ser escritor, así que deja su trabajo, su mujer y a su hijo para mudarse a un departamento pequeño y escribir. Su más grande influencia, Dostoievski.