Tuesday, January 05, 2010

Lovecraft en el avión


Leer a Lovecraft en el avión de regreso a casa es así: al poco rato de retomar la lectura de "The Case of Charles Dexter Ward" incluido en el volumen de cuentos The Thing on the Doorstep and Other Weird Stories, compilado por S.T. Joshi (cuyas exhaustivas notas obligan a este lector a tener dos separadores de tal modo que está constantemente yendo del final del libro al cuento que se esté leyendo; el libro, una edición de bolsillo de Penguin, está consecuentemente maltratado y es por ello, también, que a este lector no le importa rayar pasajes que le parecen importantes o utilizar el libro como una especie de portafolios -además de los separadores, mete el boleto de avión y el pase de abordar y otros papeles entre sus hojas; cuando lo levanta, algunos de estos documentos caen y es endemoniadamente difícil leerlo así, en el avión-) uno tiene que prender la luz (la individual, pues las azafatas han apagado la, digamos, general), decía, al poco rato de retomar la lectura que se interrumpió cuando el avión llegó a Mérida (en casa del amigo en donde se quedó encontró otra lectura que le llamó la atención y dejó no sólo a Lovecraft de lado sino los otros libros que, ilusamente, este lector llevó consigo en sus breves vacaciones) y que se reinició, como ya se mencionó, en el vuelo de regreso a casa. Así pues: en el avión lo que uno hace es ver esta lectura a través de los ojos de alguien que ha pasado tiempo en Mérida recientemente. Es así que uno recuerda no sólo que la noche anterior, en casa de uno de los amigos que vio, el padre de éste mencionaba a Lovecraft como una lectura de infancia (a la vez, uno recuerda a otro amigo, a David, quien para términos generales fue quien introdujo a este lector a la obra del autor que fue Providence), sino también que cuando visitó una serie de ojos de agua, o cenotes, en compañía de varios de estos amigos, la novia de uno de ellos (lectora de Lovecraft también, dicho sea de paso) imaginó que un tentáculo salía de las profundidades del ojo de agua y atacaba a quienes se habían metido al agua (ella no se metió). Quizá esto no lo sepan, pero los ojos de agua pueden ser abiertos, cerrados o semiabiertos y están conectados entre sí en lo que este lector supone es un intrincado sistema de ríos subterráneos, con sus propias corrientes y ecosistemas (¿acaso los esqueletos de algún buzo aventurero desdichado?[incidentalmente, uno de estos buzos, es decir, desdichados, murió no allí, en los cenotes, que conocía bien -realizaba exploraciones submarinas aquí, si es que entendí bien la anécdota que me contaron- sino en el drenaje profundo de la Ciudad de México, en una operación, fallida, de rescate, a la cual su presencia, fue fatídicamente solicitada; y por qué, preguntemos ahora, es que el rescatista mexicano es tan conocido por sus habilidades subterráneas; pregunto esto a la luz no sólo de estos buzos yucatectos sino, por ejemplo, el grupo de rescate Los Topos]). En el cenote que estuvo este lector era -al menos uno de ellos- semiabierto y cavernoso y hacia el fondo del mismo se adivinaba una entrada (a la entrada del parque donde se encontraba el cenote se anunciaba, también, que era ideal para espeleología submarina) oscura y enorme y propensa a disparar imaginaciones donde los tentáculos son rey. Y finalmente, es en esa zona donde el Aluxe forma parte del imaginario colectivo, el sur de la República, como pueden recordar, por ejemplo, acá. El caso es que cuando uno lee a Lovecraft en el avión (especialmente líneas como The thought of being lost in utter darkness without matches amidst this underground world of nightmare labyrinths...) y piensa en estas cosas y pasa por una pequeña, ligera, bolsa de aire que provoca ciertos rumores y asociaciones interiores, la sensación general es que en efecto hay un mundo subterráneo que bien podría ser terrible y desastroso, un mundo más vasto y oscuro y terrible y cercano.

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