Lo cierto es que, en efecto, nuestro amigo había contraído harto malos hábitos, sobre todo en estos últimos tiempos. Se había echado a perder rápida y visiblemente, y era verdad que andaba desaliñado. Bebía más, se había vuelto más llorón y débil de nervios a la vez que sensible en demasía a todo lo exquisito. Su rostro adquirió la extraña facultad de alterarse con inusitada rapidez; pasaba, por ejemplo, de la expresión más exaltada a la más ridícula y aun estúpida. No podía aguantar la soledad y ansiaba continuamente que le entretuvieran. Era absolutamente imprescindible contarle algún chisme, algún incidente de la ciudad, y que fuera nuevo cada día. Si pasaba algún tiempo sin que se le fuera a ver, deambulaba tristemente por las habitaciones, se acercaba a la ventana, se mordía abstraído los labios, suspiraba hondamente y acababa casi gimoteando. Tenía presentimientos, sentía miedo de algo inesperado e inevitable, se volvió asustadizo y empezó a prestar cuidadosa atención a los sueños.
Thursday, December 09, 2010
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