Ayer domingo cambié por la mañana la llanta que ponché el sábado por manejar demasiado rápido. Aunque hay un gesto de imprudencia en el manejar rápidamente a lo que solía llamar las "altas horas de la noche", como si fuera un espacio del tiempo que no tiene gran relación con el resto de mi vida, mi vida normal, debo decir que ahora comienzo a dejar de ver las cosas como si hubiera un mundo escindido. Y más como si todo fuera parte de una continuidad con sus respectivos vasos comunicantes y explicativos.
Pocas acciones tienen un sentido tan claro como cambiar una llanta. Es importante cambiar llantas, de vez en cuando. Debo haberlo hecho unas cuatro veces en mi vida y siempre que lo he hecho me he sentido útil y con propósitos claros -todavía recuerdo aquella ocasión en que llevando a una amiga al aeropuerto se ponchó la llanta poco antes de que se fuera su vuelo. Todo, sin embargo, salió bien.
Comienzo, una vez más, a ver por dónde va la cosa y creo que la cosa va bien. No creo, sin embargo, que vaya a ser fácil, pero carajo, cambiar la llanta no fue fácil, ¿por qué habría de serlo también las cosas que me importan realmente? Todavía me duele la espalda. Fue un buen fin de semana.
Hoy no me rasuré.
Comienzo, una vez más, a ver por dónde va la cosa y creo que la cosa va bien. No creo, sin embargo, que vaya a ser fácil, pero carajo, cambiar la llanta no fue fácil, ¿por qué habría de serlo también las cosas que me importan realmente? Todavía me duele la espalda. Fue un buen fin de semana.
Hoy no me rasuré.
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