Salí del trabajo y caminé un rato. Entré a un par de librerías, sobre todo para ver si me encontraba a alguien (no encontré a nadie) y al final regresé a casa, aburrido. Sin mucha hambre, como para entretenerme, me hice de cenar y me senté a, finalmente, terminar el único libro de Juan José Saer (1937-2005) que he leído. No se trata de su mejor obra, según me explicó Nicolás nunca-me-aburro Cabral un lector de Saer, pero, considera, es una buena introducción. Disfruté mucho La pesquisa (1994), especialmente habiéndolo leído después de Diálogo (ver, ay, la entrada anterior) que contiene algunas conversaciones entre Saer y Piglia (La pesquisa está dedicada a Piglia, quien, creo, ha ahondado más en el género policíaco).
Y ahora viene esta cosa de querer leer más de Saer.
Y a Piglia.
No olvido que mi amigo Julián Zárate, hace tiempo ya, me había dicho que debía leer a Saer.
Está esto, por ejemplo, donde el narrador observa a consumidores en la víspera de Navidad:
"Previstos rigurosamente de antemano por cuatro o cinco instituciones petrificadas que se complementan mutuamente -la Banca, la Escuela, la Religión, la Justicia, la Televisión- como un autómata por el perfeccionismo obsesivo de su constructor, el más insignificante de sus actos y el más recóndito de sus pensamientos, a través de los que están convencidos de expresar su individualismo orgulloso, se repiten también, idénticos y previsibles, en cada uno de los desconocidos que cruzan por la calle y que, como ellos, se han endeudado en una semana por todo el año que está por comenzar, para comprar los mismos regalos en los mismos grandes almacenes o en las mismas cadenas de marcas registradas, que depositarán al pie de los mismos árboles adornados de lamparitas, de nieve artificial y de serpentina dorada, para sentarse después a comer en mesas semejantes los mismos alimentos supuestamente excepcionales que podrían encontrarse en el mismo momento en todas las mesas de Occidente, de las que después de medianoche se levantará, creyéndose reconciliados con el mundo opaco que los moldeó, y trayendo consigo hasta la muerte -idéntica en todos-, las mismas experiencias concedidas por lo exterior que ellos creen intransferibles y únicas, después de haber vivido las mismas emociones y haber almacenado en la memoria los mismos recuerdos".
También está esto otro, fragmento de una descripción de un sueño:
"...se encontró vagando por la penumbra crepuscular, acerada por la reverberación de la nieve, de la ciudad levemente transformada por la alquimia ruinosa de su sueño. Los templos achatados en los que había que entrar casi en cuatro patas revelaban la esencia verdadera de sus dioses, y los monumentos públicos, borroneados por la indecisión de sus ideales o por la erosión, erigían formas confusas, efigies ecuestres o centauros, pulpos gigantes o esfinges, ángeles o águilas carniceras, héroes o mamuts. Las caras alargadas de los habitantes, grises y poco diferenciadas unas de otras, volvían remota la posibilidad de encontrar una que despertase simpatía..."
En mis peores momentos, que me obligan a confundirlos con los mejores, imagino que así es mi vida. Es decir: una vida donde uno vaga por calles conocidas, o que cree que son conocidas, para descubrir que esas calles no son las de la ciudad sino las de la maqueta de la ciudad que uno ha creado en su interior. Pero no debería ser así.
En fin, terminando de leer a Saer tuve, como quien dice, antojo de leer a Lovecraft y empecé The Dreams in the Witch House and Other Weird Stories. Pospongo así mi regreso a Bellow. (..."well, the world was a busy place -he scanned the buildings, the banks and offices in their Saturday stillness, the pillars ribbed with soot, and the changeable color of the windows in which the more absolute color of the sky was darkened, dilated, and darkened again"). Leí así, pues, "Polaris", que me gustó, "The Doom that Came to Sarnath" que medio me gustó y "The Terrible Old Man" que es muy breve y quizá por eso me gustó. Tanto en "Polaris" como en "The Doom..." se describen ciudades distantes, geográfica o temporalmente, con sus domos y pilares, sus bóvedas y en fin, toda esa cosa borgeana laberíntica que puede inspirarle horror al hombre moderno. Estoy harto de la ciudad que llevo dentro.
Y ahora viene esta cosa de querer leer más de Saer.
Y a Piglia.
No olvido que mi amigo Julián Zárate, hace tiempo ya, me había dicho que debía leer a Saer.
Está esto, por ejemplo, donde el narrador observa a consumidores en la víspera de Navidad:
"Previstos rigurosamente de antemano por cuatro o cinco instituciones petrificadas que se complementan mutuamente -la Banca, la Escuela, la Religión, la Justicia, la Televisión- como un autómata por el perfeccionismo obsesivo de su constructor, el más insignificante de sus actos y el más recóndito de sus pensamientos, a través de los que están convencidos de expresar su individualismo orgulloso, se repiten también, idénticos y previsibles, en cada uno de los desconocidos que cruzan por la calle y que, como ellos, se han endeudado en una semana por todo el año que está por comenzar, para comprar los mismos regalos en los mismos grandes almacenes o en las mismas cadenas de marcas registradas, que depositarán al pie de los mismos árboles adornados de lamparitas, de nieve artificial y de serpentina dorada, para sentarse después a comer en mesas semejantes los mismos alimentos supuestamente excepcionales que podrían encontrarse en el mismo momento en todas las mesas de Occidente, de las que después de medianoche se levantará, creyéndose reconciliados con el mundo opaco que los moldeó, y trayendo consigo hasta la muerte -idéntica en todos-, las mismas experiencias concedidas por lo exterior que ellos creen intransferibles y únicas, después de haber vivido las mismas emociones y haber almacenado en la memoria los mismos recuerdos".
También está esto otro, fragmento de una descripción de un sueño:
"...se encontró vagando por la penumbra crepuscular, acerada por la reverberación de la nieve, de la ciudad levemente transformada por la alquimia ruinosa de su sueño. Los templos achatados en los que había que entrar casi en cuatro patas revelaban la esencia verdadera de sus dioses, y los monumentos públicos, borroneados por la indecisión de sus ideales o por la erosión, erigían formas confusas, efigies ecuestres o centauros, pulpos gigantes o esfinges, ángeles o águilas carniceras, héroes o mamuts. Las caras alargadas de los habitantes, grises y poco diferenciadas unas de otras, volvían remota la posibilidad de encontrar una que despertase simpatía..."
En mis peores momentos, que me obligan a confundirlos con los mejores, imagino que así es mi vida. Es decir: una vida donde uno vaga por calles conocidas, o que cree que son conocidas, para descubrir que esas calles no son las de la ciudad sino las de la maqueta de la ciudad que uno ha creado en su interior. Pero no debería ser así.
En fin, terminando de leer a Saer tuve, como quien dice, antojo de leer a Lovecraft y empecé The Dreams in the Witch House and Other Weird Stories. Pospongo así mi regreso a Bellow. (..."well, the world was a busy place -he scanned the buildings, the banks and offices in their Saturday stillness, the pillars ribbed with soot, and the changeable color of the windows in which the more absolute color of the sky was darkened, dilated, and darkened again"). Leí así, pues, "Polaris", que me gustó, "The Doom that Came to Sarnath" que medio me gustó y "The Terrible Old Man" que es muy breve y quizá por eso me gustó. Tanto en "Polaris" como en "The Doom..." se describen ciudades distantes, geográfica o temporalmente, con sus domos y pilares, sus bóvedas y en fin, toda esa cosa borgeana laberíntica que puede inspirarle horror al hombre moderno. Estoy harto de la ciudad que llevo dentro.
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