Wednesday, June 19, 2013

El bosque, la cabaña



Cinco amigos se dirigen a una cabaña lejana, en el bosque. Conocemos esta historia. El género del terror regresa a ella insistentemente, es una de sus premisas paradigmáticas (algunos de los filmes más logrados del género –como The Shining– o que lo comentan iteligentemente –Cabin in the Woods, Cabin Fever, Antichrist, Funny Games…– la han explotado). Y sí, también el dispositivo narrativo es conocido (¿desde Diez negritos de Agatha Christie?): cada uno de los personajes irá desapareciendo, ¿cómo?, ¿cuál? Este es uno de los grandes placeres de la narrativa: entre más constreñidas las reglas, más inventivas deben ser las soluciones.

El caso de Evil Dead (2013) posee algunas particularidades: es una nueva versión de un filme que ya había sido retrabajado (Sam Raimi ensayó la idea en el corto Within the Woods, en 1978, la cristalizó en 1981, y posteriomente fue resumida en los primeros siete minutos de su secuela, de 1987, con algunas alteraciones). Sin embargo, es un animal distinto a la camada de nuevas versiones de filmes de horror que se han visto en la década pasada en el cine y que han retomado éxitos comerciales o de culto, especialmente de la década de 1970 y 1980. Contemos: The Chainsaw Massacre (de 2003) y en su estela una nueva versión del clásico de Romero, Dawn of the Dead (en 2004) y del de Carpenter, Halloween (dirigido en 2007 por Rob Zombie); en 2009 se volvió a presentar Friday the 13th y The Last House on the Left; un año más tarde se retomó otro filme de Romero, The Crazies, pero también I Spit on Your Grave y A Nightmare on Elm Street; y en 2011 se lanzó una nueva versión de Strawdogs, por mencionar un puñado. Evil Dead (2013), en este sentido, destaca por contar con el equipo creativo original detrás del proyecto: tiene la venia de Sam Raimi y Bruce Campbell –fungen como productores–, quienes escogieron al director, el uruguayo Fede Álvarez.

Demorarse en los aspectos narrativos de la película podría parecer necesario pues el proyecto fue concebido como una historia de fantasmas, el tipo de relatos que supuestamente se cuentan alrededor de fogatas desde tiempos atávicos. Naturalmente, Raimi, en entrevistas, ha insistido en este aspecto, quizá intentando ditinguir al proyecto de los refritos taquilleros que pululan en las salas de cine, subrayando que se trata de un filme que merecía presentarse con una mejor factura (dicho sea de paso, la versión de Alvarez, recaudó el pasado 7 de abril, en los EEUU un poco menos de 26 millones de dólares, la más taquillera de ese fin de semana –aunque, claro, con competencia del calibre como The Croods o G.I. Joe: Retaliation). Así, debe decirse, esta nueva versión cuenta con una narrativa más robusta que la original: un epílogo explica, sin obviedades innecesarias, la naturaleza del “libro de los muertos” que detona la historia. Además le da sentido a la presencia de los amigos en la cabaña, atendiendo una de las reglas tácitas del género, comentar algún temor social contemporáneo, como las drogas (los amigos se han retirado al bosque para ayudar a que Mia –Jane Levy– supere su adicción a la heroína).

El observatorio de medios de la asociación A Favor de lo Mejor (que busca “elevar” los contenidos de los medios de comunicación para que promuevan “lo constructivo, lo digno, lo mejor de nuestras tradiciones y costumbres”) descalifició rotundamente al filme en varias categorías en las que, sorprendentemente, incluyó “afirmación de valores”, a pesar de que el filme claramente afirma “valores familiares” o la importancia de superar adicciones. No es una sorpresa: el impulso censor de la derecha, como pudo verse con la respuesta ante los “video nasty” en Inglaterra, tiene una especial aversión a filmes que representan imágenes grotescas (Evil Dead muestra desmembramientos, cuerpos humanos ardiendo o hirviendo, cuchilladas, profusos desangramientos, automutilaciones faciales y otras imágenes impactantes). Últimamente un curioso ciclo noticioso ha vuelto a sugerir un vínculo entre la violencia real y la violencia representada (ver, por ejemplo “Horror film fanatic jailed for life after ‘sadistic’ killing of friend” o “’Ugly Thoughts’ Defense Fails as Officer Is Convicted in Cannibal Plot”). Este ciclo mediático sugiere que el tema es complejo: se enfrentan nociones como la libertad artística o de expresión ante la idea de que las imágenes que consumimos inciden en nuestros comportamientos. Pero la realidad es más sencilla: se busca condenar cierto tipo de fantasías (rara vez, en cambio, se procura analizar el origen social de tales fantasías, aunque no se necesita ser demasiado inteligente para determinar cuáles son…). Una postura más interesante (y conservadora) es la de Michael Haneke, quien ha señalado la forma en que las sociedades contemporáneas consumen imágenes violentas (“A veces la violencia se consume con cierto gusto; eso me parece asqueroso”). Debe decirse, sin embargo, que el filme de Alvarez (como el cine de Tarantino…) no representa tanto violencia como caricaturas de la violencia. En este sentido, la experiencia de ver Evil Dead es tan placentera y divertida como escuchar una pieza de Heavy Metal o como experimentar la velocidad antinatural a la que se someten cuerpos en montañas rusas, un placer menos complejo (pero tal vez más intenso) como el que pueden ofrecer espectáculos violentos de otro orden (una pelea de box, un partido de futbol americano o una corrida de toros). Las imágenes de Evil Dead (tanto de la original como de esta nueva y estilizada versión) son tan exageradas que son ridículas, divertidas y entretenidas. Y lo divertido o lo ridículo, debe recordársele a menudo a los reaccionarios, rara vez es peligroso. Adultos: vean Evil Dead, pasarán un buen rato. 

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