Estudié filosofía durante cuatro años. Los cursos que no se presentaban con un método apodíptico eran, en general, una revisión histórica y puntual de los pensadores más destacados y sus doctrinas. A estas exposiciones, yo reaccionaba. En ese sentido, todo era una constante solución de problemas o al menos una invitación a enfrentarse a los autores desde nuestro propio punto de vista. Nuestro propio punto de vista, el mío al menos, no era sino aferrarse a una postura y tomarlo todo desde ahí. Mi formación filosófica pretendía ser realista. Así que mi postura era realista. Así que enfrentaba las distintas corrientes filosóficas y sus revisiones desde una visión realista. Y era como ocupar cuerpos dormidos durante unas cuantas horas al día, ser un parásito de nueve a dos de la tarde. Y después, podía regresar a casa y leer un rato otras cosas que poco tenían que ver con la carrera. A la larga, tuve que llevarme esos cuerpos conmigo y ver todo a través de los ojos vidriosos de los cadáveres que ocupaba.
El cadáver que ocupo más a menudo es el de Aristóteles. Cuando me parece divertido, el de Heidegger. El de Hegel lo llegué a usar pero es un poco pesado y apesta a humedad. El de Kant no me queda, es un poco demasiado estrecho. Me aprieta en la cintura. El de Nietzsche lo uso sólo cuando salgo a beber con mis amigos, pero llama demasiado la atención. Cuando lo uso, igual que el de Kierkegäard, me siento una especie de fashion victim.
A Hannah Arendt la uso de cinturón, para sostenerme los pantalones.
A Steiner para vestir decentemente, lo mismo que a Tomás de Aquino.
Pero lo que más me gusta es encerrarme en mi cuarto y encuerarme, leyendo literatura. Esto no es ningún secreto, pero es cierto que así no puedo salir a la calle. Sería un poco bochornoso. Así, en cueros, no me duele la cabeza ni me siento responsable. Me siento vulnerable y un poco animal, así. Y cuando hago esto, me imagino que no hay escapatoria, que un ave de rapiña podría desgarrar mi piel, si quisiera. Que sufriré un poco más, especialmente cuando haga frío. Pero está bien. Tengo tiempo para perder. Al menos una vida. Debo irme. Tengo comezón y ganas de rascarme.
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