Wednesday, September 29, 2004

Miércoles 29 de septiembre

Un poco más sobre mi cotidianeidad: Subo a la planta alta de mi casa, después de comer. Prendo la televisión. Pasan una película con Brad Pitt y Anthony Hopkins. La he visto. Brad Pitt es la muerte y está vacacionando a expensas de Hopkins, que está a punto de morir. Su hija se enamora de Brad Pitt. Todo mundo se enamora de Brad Pitt. Una de mis hermanas se sienta a ver la película y yo me levanto porque me siento, ¿cómo me siento? Me siento cansado y triste. Así que me levanto y camino hasta la terraza pero no salgo, sólo me paro frente a la puerta de cristal que da a la terraza. Parece que pronto lloverá. Y estoy pensando en que pronto lloverá cuando mi vecina, cuya casa da justo frente a la mía, abre las persianas de su ventana y ve hacia afuera. Se arregla su cabello, con ambos codos al aire, como lo hacen las mujeres, en un gesto de completa despreocupación. Nos vemos y estoy a punto de saludarla, pero prefiero alejarme de la terraza. No quiero que piense que la estoy espiando.
Hace unos días mi vecina se asomó por la ventana para saludar a una amiga suya que llegaba al fraccionamiento donde vivimos, para visitarla. Desde la ventana además de saludarla le preguntó si había visto ya las águilas. Como su amiga no entendió, volvió a preguntarle, ahora gritando: "¿Ya viste las águilas? Están arriba de aquél árbol." Pero su amiga no las vio.
Yo fui el que le dijo a mi vecina que ahora había un nido de águilas en uno de los árboles del fraccionamiento. No le he contado, en cambio, que a veces las águilas toman a sus aguiluchos con sus picos o con sus garras y los arrojan al adoquinado de la privada, metros abajo. Me costó trabajo hacerle creer que había águilas en nuestra privada. Y creo que no me creyó hasta que unos días después de que se lo conté, las escuchó.
Hace unos cuantos años, digamos que unos seis o siete años, cuando me acostaba en mi cuarto e intentaba dormir, podía escuchar a lo lejos un tren. El silbido de un tren. Creo que no hay nada más literario que un tren. Lo escuchaba y me preguntaba qué tan lejos estaba aquél tren y dónde estaba porque eso de escuchar el silbido de un tren en la ciudad de México, particularmente en el sur de la ciudad de México, cada vez me parece más extraño. Asi que bien, lo escuchaba y luego me dormía. Fin de la anécdota.
Otro sonido nocturno que me desconcierta es el maullido de los gatos. Suenan como niños pequeños, recién nacidos, berreando o siendo estrangulados. Es un sonido terrible y espero no volverlo a escuchar jamás.
En una ocasión, mientras caminaba en la universidad hacia una clase (entonces era estudiante; ahora trabajo en la misma universidad; esta es mi vida y poco a poco comienzo a desear otro tipo de vida), me cayó un gato encima. Era un gato blanco y era pequeño, un cachorro. El amigo con el que platicaba mientras nos dirigíamos a clase, se rió de mí. Mucho. A algunas personas les cae caca de pájaro en la cabeza o en su carpeta, mientras esperan o piensan o se detienen bajo un árbol. A mí me caen gatos encima. Son cosas que pasan.
Consideré levantarlo y aventarlo de nuevo sobre el arco del cual había caído, pero pensé que debido a la torpeza con la que generalmente me desenvuelvo, fallaría y volvería a caer sobre el suelo. El animal no parecía estar lastimado, sólo un poco aturdido, y no quería causarle un daño mayor. Pensé que más tarde su mamá-gata lo recogería. El gato comenzó a maullar, pero no como los gatos que a veces escucho durante las noches, en la oscuridad de mi cuarto, sino como los gatos de los anuncios. Miau. Así. Simple. Sencillo. Pequeño. Indefenso. Quizá esté muerto.
Hay vida. La vida continua. Luego se detiene. Y en medio filosofamos y nos sentimos un poco inútiles, a veces, o simplemente no pensamos al respecto; o pensamos al respecto pero no nos parece tan grave. Comenzamos a identificar la imagen terrible que tenemos sobre la muerte con la imagen terrible que tenemos sobre Brad Pitt y todo se vuelve un poco más.
Un poco más. Dejémoslo ahí.

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