Hoy llegué a casa, cansado. Saqué un cartón de leche del refrigerador, una caja de cereal de la alacena y un plato hondo del lugar donde se guardan los platos hondos en mi casa. Me senté a cenar, ya era tarde, y comencé a vertir la leche en el plato, sobre el cereal. Algo muy sencillo. Algo cómodo, esto del cereal con leche. Una de las cosas en las que uno puede confiar. No hay frustración ni decepción, en esto. No es como el amor ni las esperanzas. Tomas tu cuchara, la metes en la leche, la sacas, la metes en tu boca y pruebas la leche agria. Digo, no es tan grave, sólo es leche agria, pasada, caduca. Todo lo material caduca, se echa a perder. ¿Es esto grave? Puede ser molesto, después de un día de trabajo, después de una vida de confianza plena en las comodidas de la vida citadina (no es que como si tuviera que salir a ordeñar más vacas o a matar gallinas); pero no es grave.
Tengo varios granos en la cara. El otro día una amiga me tocó uno de ellos y me dijo: "Memo, tienes un grano". Ahora voy a hablar de mis obsesiones, las intentaré agotar. "Sí", le dije. Y luego ella se vio un pequeño grano que tenía en la frente y se lo exprimió frente al espejo de vanidad del asiento del copiloto. Después me platicó de la última vez que le dio diarrea. Después me puse a pensar en que alguna vez estuve perdidamente enamorado de ella. Así son las cosas. Voy a contar mis granos, ahora: uno en la frente, otro sobre el labio (es pequeño), una espinilla en la barbilla, y un gran grano en el cachete. Ese fue el que tocó mi amiga. Empujó mi cachete, hundió su dedo en mi piel, y me dijo: "Memo, tienes un grano", con una voz de familiaridad. En otra ocasión me dijo: "Estás obsesionado".
Con ella, quería decir.
Hoy vi una exposición de obras de arte contemporáneo en el Estado de México. Había una obra que se llamaba Coreografía de una infección, que a primera vista parecía un arrecife hecho de pedazos de popotes cortados y pegados de manera que parecieran esponjas marinas. También vi pinturas de Marcel Dzama, uno de mis pintores favoritos, que conjuga el mundo infantil con lo macabro, y me emocioné.
En la misma exposición, vi muchas estudiantes universitarias a las que no me atreví abordar. "Hola, ¿sabes quién es Marcel Dzama? Es un gran pinto. Mira. Ven. Conmigo."
Creo que no es tan buena idea escribir sólo por escribir, continuamente. La vida en el campo ha de ser menos complicada porque no hay tiempo para estas cosas. Sólo quiero una mujer, esa es la verdad, a secas. Algo en lo que pueda vaciarme, es la terrible verdad, ya no tan a secas.
Hay cabras, en el campo.
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