Sunday, November 28, 2004

Ahora

Tengo un malestar estomacal, para variar. Tengo la barbilla cubierta de pelos, son míos. Siento la cara arder y los movimientos peristálticos. Algo en el trópico no me va del todo bien. Sin embargo, me adapto.
Hoy la luna me dio algo en qué pensar. Regresábamos de Acapulco, Adolfo, su padre, Rodrigo y yo. En el auto, antes de cerrar los ojos y dormir vi que el cielo adquiría colores pasteles, azules y rosas. En una ocasión leí una metáfora que describía a la perfección ese tipo de cielo, el tipo de cielo atravesado por hebras de nubes, y cuando se lo dije a mi amiga Adriana se quejó de lo cursi. La metáfora es: "El cielo era como una explosión puesta en pausa". Por supuesto, la metáfora no es mía. Y no veo lo cursi. Quizá el cielo en sí y hablar sobre él sea cursi. Las metáforas son cursis, supongo. Todo es metáfora, decía Nietzsche; el lenguaje está plagado de ellas. Ha salido la luna, por ejemplo. Se ha puesto el sol. Una palabra es una metáfora, una representación, un tropo; el lenguaje no es sino una herramienta biológica. Dios no existe, sólo es un concepto. Todo es juego, el sentido se pierde en el horizonte. Oh, Nietzsche a veces era un poco bobo.
Cuando volví a abrir los ojos el cielo estaba estrellado y la luna estaba enorme, el velocímetro iba a ciento sesenta kilómetros por hora y se podía sentir el movimiento de los amortiguadores sobre los irregulares asentamientos de la Autopista del Sol. Nos estábamos moviendo. Cada vez que el auto amortiguaba lo resentía en mi estómago. Dos pepto bismoles tienen sus límites ante la irremediable contundencia de la diarrea. Sin embargo, el hombre hace lo que puede, se adapta, crea palabras. Nietzsche, Nietzsche, bigotitos Nietzsche. La misma luna que se recortaba detrás de cerros cubiertos de plantas había alumbrado a todos los muertos que están en la Historia. A todos. La misma luz de las estrellas ya había pasado por aquí. Esa luz salió hace años, millones de años, de esas estrellas. Probablemente alguna de ellas ya se haya extinguido pero aún vemos la luz que desprendió alguna vez y que ha tardado en viajar hasta nuestros ojos.
En lo que me puso a pensar la luna fue en una secretaria que en una ocasión me entrevistó. Yo buscaba un trabajo como profesor de inglés y que al final no obtuve por pereza. Mientras la secretaria imprimía un formulario revisé su cubículo. Con una tachuela había adherido una fotografía de la luna (la misma luna, siempre) a la pared de su cubículo desmontable. Le pregunté si la había tomado ella. No, un amigo, me contestó. Tiene equipo especial para tomar fotografías nocturnas, me explicó. Me pregunté si tenía esa fotografía ahí porque la había tomado su amigo o porque era una fotografía de la luna. No se lo pregunté a ella.
Mucho después de que hayamos muerto, esa luna estará ahí, como lo estuvo mucho antes de que estuviéramos aquí. Y eso, pues, supongo que no añade nada a mi vida en forma alguna. Creo que sólo tengo hambre y no diarrea.
Voy a checar ahora.

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