Tuesday, November 16, 2004

Gotham Book Mart

Entre las cosas por las que noto el progresivo envejecimiento de mi padre está su olor. Su olor es distinto al de hace algunos años. Entonces, no lo notaba. Ahora un aire, no del todo desagradable pero que ya es algo presente, lo acompaña a todos lados. Al nacer todos nos hinchamos y comenzamos a apestar. Recuerdo el olor agrio de mi adolescencia, de mi pubertad, cuando me di cuenta, de que algo estaba cambiando (y que no pude constatar del todo hasta que mis hermanas me apodaron "El apestoso" y, con mayor impacto, cuando me comenzó a crecer pelo en las axilas y los testículos).
He estado todo el día aquí, sentado frente a mi escritorio. Interrumpí esto en dos ocasiones. La primera para comer y hace unos momentos que bajé para servirme una coca cola. Me gusta mucho la coca cola. Estoy trabajando en mi tesis. Hace unos minutos encendí mi computadora para distraerme un rato de George Steiner. Terminé su libro Errata, su autobiografía intelectual. En el penúltimo capítulo relata algunos de los viajes que ha hecho y recuerda con particular atención sus visitas a la librería Gotham Book Mart de Nueva York, en la calle 47.
Hace unos años, dos a lo más, mi psicoanalista me recomendó que visitara esa librería. Sabía que tenía planeado ir a Nueva York. Unos días después le dije que ya no iría más a la consulta. Él me preguntó porqué se lo decía así, enojado. Yo no había notado que yo estuviera enojado. Por un momento pensé que él estaba enojado y que se estaba proyectando, pero después recordé que era un profesional y que probablemente tenía razón. Le dije, de cualquier manera, que no estaba enojado. Ultimamente he estado jugando con la idea de volver.
Me duele la cabeza, ahora.
Cuando finalmente visité Nueva York olvidé a mi psicoanalista y lo que me había dicho. Una compañera de la carrera (porque entonces aún estaba en la carrera) me pidió que le consiguiera un libro de Hanna Arendt. Lo iba a usar para su tesis. Lo busqué en un Barnes and Noble y no lo encontré. La persona que me atendió me dijo, en inglés: "De todos los libros por los que han preguntado hoy, creo que ese es el mejor". "No es para mí", le contesté.
Y después me dijo: "Ah, creo que deberías de guardar ese secreto".
"One must be honest, one must be true of heart", le dije, citando a Eggers, pero con un tono con el que procuraba darle a entender que era broma, que en el fondo me daba igual y que si le dije, en efecto, que el libro no era para mí sólo se debió a que tuve un desliz. Afuera del horrendo Barnes and Noble la noche caía sobre Nueva York. Había mucho tráfico. Me dijo, entonces, que buscara en una librería que quedaba cerca y se fue a atender a otra persona. Bajé al sótano del Barnes & Noble y busqué otro libro que otra persona me había encargado. Un libro de Beckett. Lo vi. Lo tomé. Vi el precio. Me pareció elevado y lo devolví a su lugar. Regresando a México le dije a aquella persona que no lo había encontrado. Y después, arrepentido, le dije que sí lo había encontrado pero que estaba demasiado caro. Y añadí: "Estaba en una colección de cuentos, muchos de los cuales ya habías leído". Mi amigo no estaba enojado ni nada.
Al salir de la librería caminé un rato y comencé a sentir frío. Me perdí y entré a una calle donde habían muchas joyerías, todas estaban cerradas. Y entonces, recordé a mi psicoanalista y lo que me había dicho sobre la librería de viejo. Estaba en un barrio donde los judíos venden joyas, en una calle escoltada por dos enormes diamantes (dos farolas con forma de diamantes). "Muy padre", me dijo.
Caminé un rato y encontré la librería. Me emocioné porque había dado con ella por accidente. Entré y vi pilas de libros, amontonadas unas sobre otras. Sólo había un par de mujeres, negras y gordas, atendiendo la caja y un hombre grande forrado en un abrigo negro. Estaban platicando entre sí, riendo. Pregunté por el libro. No lo tenían. La señorita que me atendió se soltó a hablar sobre el libro y primeras ediciones. La escuché con atención y puse cara de "ni hablar". Volverían a tenerlo en un par de semanas. Yo ya no estaría en Nueva York, para entonces. Estuve husmeando un rato por la librería, en las paredes había fotografías de escritores, Joyce, Ezra Pound, T.S. Eliot y muchos que no reconocí. Algunas estaban firmadas. Robar un libro en Nueva York, como un desesperado. Correr por la calle fría de un barrio de joyeros, mientras dos gordas te persiguen, no es una buena idea. "No lo hagas", pensé. Y no lo hice. Además, una de las dependientes había tomado mi mochila al entrar (llevaba una mochila con muchos libros que compré en Brooklyn, y que había cargado todo el día; un libro no los valía; estaba agotado).
La librería Gotham Book Market es bonita. El tipo de librería que uno ve en las películas, donde bibliófilos buscan durante horas esperando encontrar un tesoro, como si fueran un personaje en una película de Polanski. El tipo de librerías que habitan el inconsciente colectivo, diría Bellatin. Grandes, colores ocres, polvo, anaqueles, libros pesados y nada de humedad.
En I. de Stephen Dixon (uno de los libros que llevaba en mi mochila, esa noche, y que aún no había leído) se habla sobre un escritor famoso, real, y una fiesta que tuvo lugar en aquella librería. Un coctel. Copas de vino tinto sobre columnas tambaleantes de libros. Un mal lugar para llevar a cabo un coctel, escribía Dixon. Y cuando lo leí, me emocioné, como me emocioné hoy, cuando leí en el libro de Steiner la referencia. Fue tanta mi emoción, tan estudiantil, que subrayé el texto y luego me sentí satisfecho y un poco tonto. Estar tanto tiempo en casa me hace mal y siento que no avanzo en mi tesis.

2 comments:

lafiebredelmono said...

si amigo.

lafiebredelmono said...

por cierto.

soy yo.
en uno de mis pseudonimos literarios.
tambien podia haber puesto tiber.

por otra parte. divierte lo que escribes. es inteligente divertir. no hay nada mas tonto que aburrirse.
suerte.