Dejábamos la puerta del estudio de mi padre abierta para no levantar sospecha. En una ocasión, en una sesión así, vimos Historia de O y en otra vimos cortos de películas hentai. Historia de O probablemente es una de las películas más aburridas que haya comenzado a ver en mi vida. Los cortos hentai, por otro lado, fueron una maravilla que le trajeron alegría a mi vida como casi ninguna otra experiencia lo ha podido hacer.
Lo cual, creo, no es algo que hable demasiado bien sobre mi vida.
Bajábamos el volumen de mi laptop y yo procuraba poner atención a lo que sentía, sentado en silencio junto a una de mis mejores amigas, mientras veíamos algo de pornografía. Tal vez lo imaginé, pero en una escena de fellatio (y de caricatura japonesa), observé un movimiento involuntario en sus labios. Cuando escuchaba que alguien caminaba cerca, cerraba la ventana y bajaba el volumen. Mi amiga entonces me observaba y probablemente juzgaba en silencio.
A un costado del Palacio de Bellas Artes le pregunto a Julián, un amigo: "¿Me vas a comprar un video porno?". Había un puesto de videos. "No, no lo haré", me contestó sin detenerse. Caminábamos hacia Café la Habana, después de visitar unas librerías. "¿Por qué no?", le pregunté deseando no haber gastado tanto y poder haber comprado un video. "Porque se ve mal". Había mucha gente en la calle y supuse que tenía razón. Se hubiera visto mal que compráramos un video ahí mismo, frente a todas esas almas bellas. El señor del puesto estaba desplegando la mercancía sobre el suelo, frente a un Samborns. Una niña, presumiblemente su hija, bastante pequeña, le ayudaba a acomodar los videos que el señor le pasaba. "Quiero decir", precisó Julián, "que esos videos siempre se ven mal. Una vez compré uno con mi tío".
En una ocasión una amiga me prometió que me compraría un video y hasta la fecha no ha cumplido, así como no he cumplido yo en regalarle un libro de Bolaño. Tal vez un hecho esté relacionado con el otro.
Café la Habana. Julián sabe que iba a escribir sobre esto. Es difícil escribir sobre algo cuando varias personas lo han vivido. Comenzaré diciendo que aquél sábado había una promoción en las tortas cubanas, de a dos por una. Y también: al entrar al Café la Habana, huele muy rico, huele a café. Y esto otro: un anciano entró al local y al vernos en la mesa puso cara de eterna tristeza y salió por otra puerta. Sospeché que estábamos en su lugar preferido. Pobre hombre.
Hablando de los pobre hombres, el doctor Zagal, amigo, jefe, profesor e hipocondriaco, nos alcanzó en el Café la Habana y luego nos llevó a gastar más dinero en unas cervezas. Y a caminar más por el centro y a alargar el día.
Ahora, una lista sobre las lecturas que haría mi mujer ideal:
1. Los detectives salvajes
2. Cualquier libro de la sonrisa vertical
3. Todos los libros de Houellebecq
4. Todos los libros de la editorial McSweeneys
5. Algo, cualquier cosa, de Robert Walser
6. 2666
7. Las siete biorutas para obtener un cuerpo perfecto
8. En realidad con que le guste leer, cualquier cosa, es suficiente
Antes de empezar a escribir esto, sabía que me arrepentiría. Escribí porque sentí una obligación.
Me rasco la cabeza y me huelo la mano. Huele a grasa. A veces me lavo los dientes en la regadera. Lo sé. Es asqueroso. Es terrible. Soy una mala persona. Pero al menos no orino en la regadera. En fin, no a menudo. Ahora tengo comezón. Me pongo nervioso cuando me coloco en una situación vulnerable.
He olvidado qué iba a escribir para concluir esta entrada. Más tarde lo recordaré y añadiré un poco de sufrimiento de mi vida: "Ah, era eso".
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