Hasta anoche, la parte favorita de mi nuevo juego de video había sido un nivel en el que debía atravesar caminando un pantano. En él, la luz de media tarde le da un color ambarino al agua y la vuelve transparente. Se pueden ver representaciones de chacalotes y truchas nadando en la representación de un ambiente acuoso. El cielo de vez en cuando se ilumina con un resplandor todavía más fuerte que el del sol poniéndose. Son soldados enemigos que patrullan la zona sobre máquinas voladoras. Mi juego es un poco extraño.
En fin, ahora la parte favorita de mi juego toma lugar en la cima de una montaña. Ahí, el entorno son nubes ligeras y delgadas (mi personaje se agota más en este nivel, pues el oxígeno es escaso y la presión atmosférica es más alta; se pensó en todo), y hay irregularidades en el terreno. A falta de vegetación, debo utilizar el uniforme apropiado (entro al menú de opciones y utilizo la opción "chocochip" para el cuerpo y "desert" para la pintura de la cara) y utilizar las pequeñas colinas para ocultarme de los soldados enemigos. Y, desde ahí, con toda la calma y desapego en el mundo, les vuelo la cabezota. Me pregunto: si no trajeran pasamontañas, si tuvieran caras, ¿me costaría trabajo? Creo que lo más me atrajo de este nivel son las águilas que chillan y vuelan sobre la meceta. El sonido Dolby es un regalo de los dioses: cuando dejo un cadáver ficticio sobre la montaña ficticia, puedo escuchar los sonidos casi reales de las aves de rapiña picoteando la carne. La carne virtual.
Sólo juego videojuegos cuando mi cabeza está embotada. Terminé mi tesis. Y no podré presentar mi examen hasta julio. Burocracia. Estupidez eterna. También: Me acerqué a una niña que leía en la cafetería. Tenía tiempo con ganas de conocerla y un día sin dormir. Cuando le pregunté, me dijo su nombre, qué estudiaba y qué hacía ahí, en la universidad, una semana antes de que comenzaran clases. Cuando me preguntó, le dije mi nombre, qué hacía en la universidad y cuántos años tenía. No pude darle una explicación cabal sobre por qué me veía más joven de lo que en realidad soy ni porqué olía como olía en ese momento o porqué movía mis manos y mis brazos sin control. Sólo me preguntó sobre lo primero, pero estoy seguro de que notó lo demás. Después de unos momentos de platicar, comencé a sentirme en paz y en un claro donde todo se había conciliado. La raza humana y Dios, los sexos y las naciones.
-¿Te parece bien si salimos un día a tomar un café?
-Sí, claro.
-...[sorpresa absoluta]
-Sólo deja le aviso a mi novio para que nos acompañe.
La crueldad humana no conoce límites.
Soy una nena, no aguanto nada.
Hoy he vuelto al mundo de los muertos. Archivé cuatro carpetas de interminables ensayos y artículos sobre Aristóteles, rey entre los muertos, Santo Tomás, Averroes, Avicena, Al-Farabi, Ab-Bundi, y algunos otros medievales cuya imagen les sobrevivió como nos sobrevivirá a algunos. Estoy en casa. Y sin embargo, sigo vivo. Por ejemplo: Ahora, tengo hambre y antojo de algo salado. Son las dos y media. Y debo irme. He fingido suficiente que trabajo.
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