Thursday, January 06, 2005

Esparta

Hoy tengo la mente dispersa.

En Tabasco mi padre observó que los tabasqueños se tragaban las eses al hablar.
-Aquí se tragan las eses al hablar, dijo.
-¿Las heces?, pregunté, francamente sorprendido.
-Sí, las eses, contestó, un poco irritado de que yo fuera tan distraído y no pusiera atención a sus siempre sabias observaciones.
-Guácala, dije yo sin comprender.

El cariño que le tengo a mi familia siempre se me hace presente cuando estamos todos de buen humor. Esto deberá ocurrir en todos lados. Particularmente cuando tu tía, tu tía se debe llamar Lourdes pero todo mundo deberá decirle Lulú (esto es muy importante), está cocinando a un lado de una de sus hermanas mayores. Esta hermana mayor, casi sobra decirlo, debe ser tu mamá. Ambas deberán estar pelando camarones que se comerán esa noche, porque esa noche deberá ser la noche del año nuevo. Y el ambiente deberá ser tropical. Si es así, ustedes olvidarán por completo las veces que se han enojado con estas mujeres, todos los momentos de grave angustia que habrán sufrido por cosas que, de recordarlas, considerarán en ese momento tonterías (porque es importante que las vean reírse como si aún fueran solteras y aún fueran niñas en una casa amontonada de provincia; es importante que las vean sin hijos ni esposos).
Es entonces cuando ustedes ser acercarán y tomarán un plátano del frutero y, atención, temiendo quebrar el encanto, el espíritu de complicidad que ambas sostienen, colocarán ese plátano junto a su oído como si fuera un teléfono. Muy seriamente, dirán: "¿Bueno? Sí. Él habla".
"Eres un tonto", deberá decir su tía, al momento que se ríe y toma un plátano también. "Hazlo de nuevo", dirá.
"Bueno. ¿Quién habla?"
"Soy yo, tu tía, tonto".
"¿Quién?"
"Tu tía."
"Es que no escucho"
"¿Y ahora?", su tía deberá estar gritando.
"Hola. Hola. ¿Hay alguien ahí?"
"¡Soy yo!"
Su madre y el resto de su familia deberá estar riendo o viéndolos con fingida indiferencia, oprimiendo los labios para no reírse.
"Es que no escucho".
"¿Y ahora?"
"¿Qué?"
"¿Me escuchas?"
"Espera. ¿Sabes qué? No te escucho."
"¿No me escuchas?"
"No. Es que tengo un plátano en el oído".
Hace unos momentos estuve viendo un desfile de modas en la televisión. Era un desfile de modas de Milán, de la colección del septiembre del año pasado. Toda esa carne sobre esos huesos. Las modelos caminaban como si estuvieran enojadas o como si supieran que si pisaran un poco más fuerte, milikilos de fuerza más, se desbaratarían. Así de cabronas. Saben. Por supuesto que saben. Por esos parecen bisturís. Por esos esos huesos hiliacos que se asoman de los bikinis. Ese caminar punzocortante. Nadie puede tocarlas. Cuando las cámaras las enfocan en los vestidores, durante las sesiones de maquillaje, sonríen. Todos esos colmillos. Y cuando no se percatan sus caras son de completa indiferencia. ¿A dónde van? Después del desfile, ¿alcanzan todos esos pensamientos? ¿Los proyectan a la disco, al departamento desarreglado y compartido con meseras/modelos/travellers? No puedo imaginar en qué piensan, precisamente. Son de dar miedo.
Las veía y pensaba: Helas aquí, nuestra vanguardia. Yo las entrenaría. Las arrojaría a una isla y las entrenaría personalmente para volverlas nuestro propio ejército especial. Un ejército letal y filoso. De mi familia y nadie más. Cuando muriera toda esa carne hermosa, entonces nos apoyaríamos, mi familia contra el mundo. La batalla sería más fuerte aguerrida, así, con seres queridos a tus lados.
Alguna vez escuché que los homosexuales en el ejército norteamericano fueron considerados por la historia de Esparta y como en él se invitaba al amor entre soldados. Uno pelea más fuerte cuando tienes al ser amado a tu derecha.
La verdad es que no lo sé. Tal vez llevar a mi sobrino a ver Los Increíbles, la película de Pixar, influyó demasiado en lo que escribo ahora. No fue sólo el tema de la película (¿alguien notó que el equipo de atletismo para el que corría Dash, el niño, se llamaba Los Espartanos?), sino saber que si ese niño de tres años se me perdía, se me quebraría el mundo. Y sólo fue una tarde. Como aquella otra, en la que me encargaron cuidarlo mientras dormía. No pude ver la televisión agusto.
Espartanos. Algunas cosas las tenían claras.
Ah, no sé, tal vez sólo quiera mi propio ejército de modelos milanesas. ¿A las señoritas de Milán se les llama milanesas? Tal vez un equipo de atletismo de modelos milanesas estaría bien también. Podría ser su manager.
He sido manager de equipos en varias ocasiones ya. Como nunca conseguí entrar al equipo, de basketball, volleyball o soccer (al de atletismo sí entré), fui su manager. Esto en 1996, cuando estudié un año en Indiana. Yo me encargaba de repartir agua y manejar el marcador. Nuestro equipo se llamaba Spartans. Todo esto ha sido intencional. Sólo quería hablar al respecto. Era una academia semi militar, de ahí el nombre. Era divertido. Era fácil hacer enojar a los padres del equipo contrario. Dejaba el reloj del marcador corriendo aún en tiempo fuera, por despistado. Y siempre ganábamos.

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