La inteligencia -y aquí se encontraba el auténtico centro, la verdadera raíz de su amargura- había fracasado, no había podido impedir la Guerra Mundial ni su desdichado desenlace. La inteligencia había hablado por el pueblo sin voz, había hecho un uso perverso de su lengua, predicando la locura. Había un odio generalizado contra cualquier tipo de autoridad, que estallaba en cuanto ésta se insinuara. No se limitaba a rezongar de mal humor, reaccionaba groseramente en señal de protesta. En cierto hospital, un paciente con mucha conciencia de clase, aunque con poca formación en el socialismo, se encaró con un famoso cirujano y le dejó muy claro lo que pensaba; le dijo que un profesor no debía recibir en modo alguno un salario mayor que el que le correspondía a quien se ocupaba de la calefacción de una casa. Ambos eran obreros, uno no era más importante ni más valioso que el otro.
-Bueno, pero ahora cálmese, querido amigo -repuso el docto cirujano sonriendo- o, si no, mañana dejaré que lo opere el señor de la calefacción.
(De un tiempo para acá le vengo preguntando a conocidos, al azar, qué prefieren, si una persona inteligente o una buena; cuando, en cambio, y como a menudo pasa, me preguntan a mí, invariablemente contesto que prefiero a una buena persona, pero procuro -ignoro por qué- no aclarar que una buena persona generalmente es una persona inteligente, lo cual no pasa, no necesariamente, al revés. En fin, no presten atención, pensaba en eso ahora que leía esto.)
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(De un tiempo para acá le vengo preguntando a conocidos, al azar, qué prefieren, si una persona inteligente o una buena; cuando, en cambio, y como a menudo pasa, me preguntan a mí, invariablemente contesto que prefiero a una buena persona, pero procuro -ignoro por qué- no aclarar que una buena persona generalmente es una persona inteligente, lo cual no pasa, no necesariamente, al revés. En fin, no presten atención, pensaba en eso ahora que leía esto.)
2 comments:
Qué bueno eres, Guillermo.
No, tú.
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