Tuesday, January 04, 2011

"Qué hice en mis vacaciones"

Viajé con mi familia. Fui al mar. Me revolcó una ola. Subí unos 10,000 pies a un volcán y vi el primer amanecer del año. Luego descendí en bicicleta. Tengo una fotografía que lo prueba. Parezco la Hormiga Atómica, en ella. También: aproveché el tiempo -aunque también lo desaproveché, si se mira por otro lado- leyendo algunas, pocas, cosas; el desaprovechamiento está -descubrí a mi regreso- en que olvidé un par de libros con los cuales tenía una obligación laboral pero, en fin, estando fuera conseguí desconectarme de esta cosa que es la vida laboral, aunque no del todo, tampoco. En el vuelo que me llevó a mi destino terminé Dangling Man de Bellow, el único libro que he leído del autor (hace tiempo lo intenté con la recopilación de sus cuentos que sacó Penguin, pero no pude). Me entusiasmó lo suficiente (no sé por qué lo pongo así, con tan poco entusiasmo, cuando es un buen, buen libro) como para reafirmar la idea de seguir leyéndolo y comprar el volumen recien publicado de cartas. Creo que no estoy para hablar ahora de Bellow. Sólo anotar que empece también The Victim pero lo interrumpí para leer un libro que, sabía, debía regresar a su dueña a mi regreso, Contra el cambio, de Martín Caparrós.


Según me cuenta Abel, no es tan bueno como Una luna, que no he leído. Pero está bueno, eso sí. Y es chistoso. Y pone a pensar, sobre todo en cuestiones de fe y creencia. Quizá a uno pueda cansarle la constante sospecha y el escepticismo, especialmente en los pasajes donde la retórica (en un sentido de, digamos, florituras) le gana al argumento. En mi caso debo decir que me asusta encontrar textos, como este, donde reafirmo mis principios, especialmente respecto a aquella cantaleta que me traigo desde hace tiempo -desde preparatoria, a saber- que consiste en sospechar del ecologismo y de recordar la posibilidad de un "fascismo escológico" (algo que le escuché decir a uno de mis profesores de preparatoria, según recuerdo), especialmente cuando Caparrós habla de la carga que tiene el adjetivo "negacionista" (y de la imprecisión que supone el aplicarlo no a hechos históricos sino a hipótesis científicas) y también, aunque como de pasada, cuando señala que el mismo científico cuyas investigaciones dieron pie a centros dedicados a analizar el calentamiento global fue el que dio pie a la pseudociencia detrás del racismo nazi. Es demasiado tarde para copiar el pasaje de Caparrós donde leí esto, pues se lo he devuelto ya a la persona a quien debía devolvérselo.
Recuerdo otro pasaje interesante donde Caparrós ataca no la idea del ecosistema (hago esa precisión pues me acabo de dar cuenta) sino la idea de que el mejor argumento, el más persuasivo, para que los humanos defiendan este ecosistema ciertamente no es que vaya a desapecer un animalito en particular. Y es verdad: a mí me viene dando igual si se desaparecen los osos polares de la Tierra, tanto como a la Tierra le vino dando igual si desaparecían los dinosaurios. Me importa más que muera gente (y ya es decir mucho, esto). Es una cuestión de empatía muy sencilla, creo: nos (¿o me?) vale madres. Lo interesante era ver, en el modo en que lo expone Caparrós, que estos argumentos que se basan en la pasión nomás no jalan cuando se les pone a prueba. ¿Por qué preocuparnos porque desaparezca una especie si hay tantas otras?
Me quedé pensando en esto un rato y en cómo quizá a Caparrós le vendría bien tomar en cuenta, sin exigirle volverse un San Francisco de Asís, investigaciones sobre gestos de empatía entre animales. Aunque, por otro lado, quizá esto ayudaría sólo a subrayar su argumento: no todos los animales merecen nuestra consideración sino sólo aquellos que se parecen más a nosotros.
Me acordé, no sé muy bien por qué, de este asunto (una jerarquización imposible sobre la valía de los animales no humanos; quizá porque, creo recordar, Caparrós afirma algo así como que lamentaría más la desaparición de una cultura que la de un tipo de mosca) al leer esto de Néstor García Canclini, a propósito del proyecto del "Patrimonio Mundial Cultural y Natural" de la UNESCO:

"Las dificultades para elegir los sitios que merecerían reconocimiento, y rechazar otros, se manifiestan con todos los tipos de patrimonio, pero son menos inquietantes cuando se trata de bienes históricos con largo prestigio. Los criterios se tornan más inseguros al consagrar ciudades modernas, como Brasilia y la Ciudad Universitaria de Caracas o la de la UNAM, en México, ya integradas a la lista de Patrimonio Mundial.
Las incosistencias acumuladas llevaron al Comité que toma las decisiones a usar 'parámetros cambiantes', y finalmente, en 2005, a formar una comisión por filósofos, antropólogos, sociólogos y semiólogos para discutir los conceptos de patrimonio mundial y obras de valor universal excepcional. El propio documento de convocatoria reconoce que en las primeras décadas se privilegió 'la valorización estética' o 'la autenticidad', luego se criticó el eurocentrismo de las decisiones consagratorias y ahora se busca hacer visible 'la pluralidad de las culturas'. La trayectoria vacilante de la UNESCO hace pensar que, como vimos a propósito del arte, la pregunta más pertinente no sería qué es el patrimonio sino cuándo hay patrimonio. A partir de esta reformulación, ¿tiene sentido hablar de un patrimonio mundial? Quizá sería más fácil atribuir la condición de patrimonio de la humanidad a la UNESCO -o a otros organismos planetarios, como las Naciones Unidas o el Banco Mundial-, por su aspiración a ocuparse de lo que es común a todos. Pero, ¿por qué elegir la Casbash de Argel, la ciudad de Ouro Petro o la tumba tracia de Kazanlak, arraigadas cada una en culturas particulares? Cuesta aceptar que se las eleve a rango mundial".

Esto está tomado de La sociedad sin relato. Antropología y estética de la inminencia, que también me prestaron.


Lo empecé a leer en el avión -después de leer el de Caparrós- y sigo leyéndolo. Me gusta ese gesto que tiene hacia el final a la paradoja del catálogo de catálogos. Me gusta también el eco que esto tenía con el texto de Caparrós respecto a la idea ilustrada de catalogar todo -y pienso, una vez más, en el Juez de Blood Meridian y su obsesión, maligna, de comprenderlo todo para, así, dominarlo todo.
Y ahora, para terminar esto, un pequeñísimo catálogo de cosas extrañas que vi en uno de los aeropuertos por los que pasé, brevemente:
1. Una máquina parecida a un cajero automático donde podías pagar las emisiones de CO2 del avión en el que viajarías.
2. Un video de la aerolínea donde en lugar de pasajeros a los pasajeros se les llama "clientes".
3. Un video de la aerolínea donde en lugar de agradecer por elegir este medio de transporte, agradecían por haber elegido hacer negocios con ellos.

No comments: