Monday, January 24, 2011

Una historia edificante

No recuerdo cómo se llamaba. Quizá Sotirios. Lamentablemente, no es importante para el objetivo de esta historia. Me percaté de la existencia del posible Sotirios durante una conferencia de prensa unos días antes de que nos volaran, a mí y a los reporteros (yo no soy, en realidad, un reportero) de Atenas hacia Messinia, el verano del año pasado. Estaba sentado junto a una persona que parecía importante y que estaba diciendo cosas que seguramente eran, también, muy importantes para comprender la naturaleza de la aerolínea griega que sería parte, en un par de días, de un conglomerado mayor de aerolíneas. Sotirios veía a la audiencia, en silencio y, creo, un poco aburrido.
Pero quizá sólo se encontraba en paz, trabajando. Finalmente, a pesar de estar rodeados de turismo, todos estábamos trabajando. Incluso cuando subimos al avión de hélices rumbo a Messinia nos costó trabajo deshacernos de la amabilidad y las normas sociales que, en definitiva, no acompañan a la mayoría de los turistas, pero sí a la mayoría de los oficinistas (las que vuelven a las personas un poco serviles). Mi asiento estaba hasta la cola del avión, junto a Sotirios. Como ya nos habíamos familiarizado y topado en varios eventos, nos vimos obligados a entablar una conversación. Quizá ahora sea el momento de revelar que descubrí, durante este viaje, un truco: si uno ofrece al escucha (o, para exagerar, al interlocutor) algo con lo que, supuestamente, uno cree que lo puede entender, superará la desconfianza general que uno provoca cuando parece estar poniendo atención. Caso en cuestión: descubrí que tanto los reporteros de viajes que iban en este viaje y los ejecutivos de aerolíneas viajaban mucho, quizá por eso a la mayoría -cuando me veía en la necesidad- los atendía inicialmente con la pregunta: "¿Y no has visto esa película con George Clooney que se llama Up in the Air?" Y en seguida, cuando la mayoría decía que no (es probable que no hayan tenido tiempo, de tanto viajar, no lo sé; o, como llegué a fantasear, sí la conocían pero preferían decir que no) aseguraba que me recordaba un poco lo que había visto hasta entonces -vidas minúsculas que se llevan en las maletas bien acomodadas de personas que parecen estar a gusto con sus decisiones. Por supuesto, era irrelevante si la habían visto o no, la cuestión era no estar obligado a decir algo así como: "Ah, y, tú, ¿para qué medio escribes?", etcétera, y poder agregar algo que sugiriera a la vez que, bueno, no sólo estaba interesado sino que era capaz de verlo todo un poco desde fuera, por encima de la esfera laboral y, por tanto, con un pequeño aire personal. Creo que tener aires personales es algo importante.
Quizá por la duración del vuelo y porque se sentía más relajado -para él, finalmente, el viaje a Messinia funcionaba como un descanso pagado por la compañía- Sotirios decidió continuar con el tema de las vidas minúsculas que se gastan en tránsito y me contó una anécdota. Unos cuantos años atrás, trabajando para otra aerolínea, vivía en Houston, Texas. Y en Houston, Texas, se aburría mucho. (Por alguna razón me acordé de lo que dice Canclini sobre los supuestos no lugares, como los aeropuertos; lo que dice es que, bueno, finalmente, no son no-lugares para las personas que trabajan allí diario; pero, ahora me pregunto, ¿no es también el estar en un lugar diario un modo de no estar? No, me contesto, no lo es, no necesariamente). Y como se aburría mucho, Sotirios, ¿o era Nicolaus?, en ocasiones con sus compañeros de casa -otras tres personas que también trabajaban para aerolíneas- tomaban un vuelo en la noche hacia otra ciudad para tomar un trago. En ocasiones, el trago lo tomaban en el aeropuerto al que llegaban. Así, voló a, creo recordar que dijo, varios aeropuertos de distintas ciudades (estoy seguro que mencionó Chicago pero no quisiera aventurarme a enumerar otras ciudades que "conoció" de este modo). Regresaban la misma noche. Supongo que en el momento -como era el objetivo- lo que más me sorprendió fue que, en ocasiones, Sotirios y sus colegas decidían no salir del aeropuerto. Aún me parece una buena anécdota sobre cómo somos capaces de buscar entretenimiento incluso cuando de antemano sabemos que nuestra elección no es la mejor que podríamos tomar -en múltiples ocasiones me he encontrado, en una escala menor, en la misma situación: paseando entre los anaqueles de librerías o videoclubes buscando algo que me llame la atención, o yendo a ver una película porque no se me ocurre otra cosa mejor que hacer (o, ay, peor: porque se me ocurre algo mejor pero de antemano sé que no es algo que esté dentro de mis posibilidades).
Pero, a la vez, creo que Sotirios -o como se llamara- estaba siendo sincero. Es decir: creo que realmente se sentía solo y había aprendido a tolerarlo a fuerza de buscar los placeres de las pasiones tristes -entre ellos, contar historias sobre lo solo que estaba pero a la vez sobre lo acostumbrado que estaba a sentirse solo.
En el hotel de lujo en el que nos hospedaron, creo que accidentalmente, nos dieron villas contiguas. Cuando entré a la alberca de mi habitación -helada, al aire libre, y a la que podía accederse desde la sala de televisión (el primer aparato que encendí cuando llegué)- pude ver que Sotirios estaba haciendo lo mismo. Nos separaba una barda. Lo saludé. Me contestó de regreso. Y no dijimos nada más.

***

Me acordé de esto por un fragmento de Confido, un cuento de Vonnegut que trata sobre un invento que junta, dice el inventor, lo mejor de dos mundos: la televisión y el psicoanálisis. Lo leía ayer en el Metrobús:

-¿Qué es lo que verdaderamente desea todo el mundo, casi más que la comida? -preguntó tímidamente Henry, enseñándole a Confido por primera vez [a su esposa]. Era un hombre alto y rústico, tan tímido en general como las criaturas del bosque; pero algo lo había cambiado y lo había vuelto apasionado y de voz fuerte-. ¿Qué es?
-¿La felicidad, Henry?
-¡La felicidad, desde luego! Pero, ¿cuál es la llave de la felicidad?
-¿La religión? ¿La seguridad, Henry? ¿La salud, cariño?
-¿Cuál es el anhelo que ves en la calle, en los ojos de los desconocidos, en los ojos de cualquier a quien mires?
-Dímelo tú, Henry. Me rindo -respondió Ellen, impotente.
-¡Alguien con quien hablar! ¡Alguien que verdaderamente los entienda! Eso es. -Henry agitó el Confido por encima de su cabeza-. ¡Y esto es eso!

***

Creo que esto es eso.

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