Sunday, July 09, 2006

Italia y Francia

Me cayeron algunos dineros así que decidí romper la promesa que me había hecho sobre no gastar más en libros durante este mes. Así que compré La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro, un libro que un amigo, Benjamón González, me había recomendado desde hace mucho tiempo. Hace varios meses. Me dijo que quedaba uno en Gandhi. Pensé que como ya habían pasado tantos meses pues habrían llegado más. Fui. Y compré el único que quedaba. También compré uno de Walser y uno de Adorno, pero no les voy a contar de eso.
Les contaré, en cambio, que mientras la final del mundial de fútbol se estaba llevando a cabo, para gran conjoga de mi amigo D.M. (quien es un escritor famoso y por tanto no escribiré su nombre completo, pero diré que no se llama Doroteo), yo me estaba decidiendo si comprar o no Mi adorado Stendhal, de Leonardo Sciascia que publicó esta editorial que me parece tan bonita, Adriana Hidalgo Editora. Ahora estoy leyendo La cartuja de Parma, donde la pasión que tenía este francés, Stendhal, por el temperamento italiano --ese desgarramiento animal, esa gomina en el pelo-- sale de nuevo a la luz como la de un entomólogo ante raras criaturas. Yo no comprendo ese afán casi antropológico de Stendhal por comprender a los italianos como si fueran bichos raros y extraños. Total, no compré el libro. Decidí terminar primero La cartuja de Parma para ver si luego me animaba a leer lo que otros escritores sin demasiada imaginación tienen que decir sobre sus libros favoritos. Regresé a casa. En el camino compré un sándwich de albóndigas. Prendí la televisión y vi un documental sobre vinos, en el que dos grandes familias ancestrales se disputan el mercado mundial. Una de ellas, que presentan como aristócrata y absolutamente vertical, es francesa. La otra, italiana. Como árbitro, Robert Parker, un crítico de vinos estadounidense cuya nariz y paladar están asegurados por un millón de dólares y a quien se le culpa por "bajar el nivel del juego a la cancha". A los americanos esto les parece algo bueno, que no importe tanto la "personalidad" del vino como la tierra o el roble en que se guardan. Parker hablaba de la democratización del proceso. Me recordó mucho la escena final de Sideways.

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