El frágil ecosistema que es mi hogar pasa un mal rato. Tiempo atrás, los privilegios de acceso al jardín que tenía mi perra fueron, inexorablemente, perdidos. Pues el jardín sufre, bajos sus patas, que excavan. Ahora, con el tiempo de las lluvias, una amenaza callada pero creciente ha mostrado, finalmente, su cara. Comenzó, como los lunares, siendo una mancha pequeña que no parecía significar gran cosa. Esa mancha, amigos míos, ha crecido. Es una plaga. No es gallina, no. Aparentemente, con la humedad una creciente colonia de pequeñas moscas ha proliferado, bajo mis propias narices, para comprensible deleite de muchos pero afanosos pajarracos que bajan con sus picos, sus garras, su indómita voluntad, a picotear y escarbar el jardín. Y no paran, Dios. No paran.
Este mes, un fumigador ganará unos pesitos.
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