En la regadera, hoy por la mañana, cuando me pasé una mano por la cara noté que ya empezaba a descarapelarme. Eso me recordó el fin de semana que acabo de pasar en Mérida, los cuarenta minutos que pasé en el agua, en una playa de Sisal, a donde se llega por un camino flanqueado por manglares, pero no era eso lo que quería recordar ahora.
Cada vez se me dificulta más escribir sobre mí mismo.
Vida fragmentaria.
De esto mismo escribía anoche, en mi diario. Es bien sabido, el género autobiográfico más atómico de todos es el que desempeña el dietista.
El otro día estaba buscando el pasaje de Los demonios donde se habla sobre las noticias de calamares gigantes* que vivían en las alcantarillas de Sao Paulo -era una conversación entre la Dobril, el Dr. Williams y, creo, Stangeler- pero no pude dar con él. Esto lo buscaba porque la vez anterior que había ido a Mérida, algo había dicho L., la novia de J., sobre tentáculos que salían del agua, como anoté acá, y me lo recordó.
Pero encontré algo más en Los demonios (un demonio, sugiere la novela, es una idea que lo obsesiona a uno, una segunda realidad) y que está relacionado con los calamares y los tentáculos y lo subterráneo. Está en nocturnario de uno de los personajes, la señora Kaps. (Incidentalmente: Musil llevaba un nocturnario pero sólo lo llamaba así porque escribía de noche, no porque registrara sus sueños; sólo he conocido una persona que escriba sobre sus sueños disciplinadamente, pero no conviene hablar de eso aquí). Del diario nocturno de la Kaps:
Me había quedado aquí. Pero en ese instante oí algo que pataleaba y se revolvía en lo hondo, entre el fango. Fui a ver qué era. Una vez en los subterráneos, no me pareció que el peligro fuera tan grave como había pensado en casa, cuando tenía al muchacho conmigo. No percibía ninguna amenaza ni en los corredores más secos ni en los más húmedos. Por otra parte, había olvidado traerme el cuchillo de cocina grande. Estaba allí sin nada en la mano. Habría estado perdida. Y sin embargo, entré en las cavernas húmedas (así es como se llamaban en mis sueños). Me quedé de pie, justo al lado del agua. Se oía un rumor, un murmullo. "Se acabó", pensé. Si los tentáculos hubieran salido, me habría muerto de asco.
*J. me pasó, unos días antes de ir a Mérida, una noticia sobre unos yucatecos que habían matado a un tapir. Lo habían confundido con un extraterrestre, aseguraron. También proliferaban noticias sobre tiburones en playa Progreso. Por mi parte encontré, también en playa Progreso, testimonios de locales que aseguraban haber encontrado rastros de ritos satánicos.
Cada vez se me dificulta más escribir sobre mí mismo.
Vida fragmentaria.
De esto mismo escribía anoche, en mi diario. Es bien sabido, el género autobiográfico más atómico de todos es el que desempeña el dietista.
El otro día estaba buscando el pasaje de Los demonios donde se habla sobre las noticias de calamares gigantes* que vivían en las alcantarillas de Sao Paulo -era una conversación entre la Dobril, el Dr. Williams y, creo, Stangeler- pero no pude dar con él. Esto lo buscaba porque la vez anterior que había ido a Mérida, algo había dicho L., la novia de J., sobre tentáculos que salían del agua, como anoté acá, y me lo recordó.
Pero encontré algo más en Los demonios (un demonio, sugiere la novela, es una idea que lo obsesiona a uno, una segunda realidad) y que está relacionado con los calamares y los tentáculos y lo subterráneo. Está en nocturnario de uno de los personajes, la señora Kaps. (Incidentalmente: Musil llevaba un nocturnario pero sólo lo llamaba así porque escribía de noche, no porque registrara sus sueños; sólo he conocido una persona que escriba sobre sus sueños disciplinadamente, pero no conviene hablar de eso aquí). Del diario nocturno de la Kaps:
Me había quedado aquí. Pero en ese instante oí algo que pataleaba y se revolvía en lo hondo, entre el fango. Fui a ver qué era. Una vez en los subterráneos, no me pareció que el peligro fuera tan grave como había pensado en casa, cuando tenía al muchacho conmigo. No percibía ninguna amenaza ni en los corredores más secos ni en los más húmedos. Por otra parte, había olvidado traerme el cuchillo de cocina grande. Estaba allí sin nada en la mano. Habría estado perdida. Y sin embargo, entré en las cavernas húmedas (así es como se llamaban en mis sueños). Me quedé de pie, justo al lado del agua. Se oía un rumor, un murmullo. "Se acabó", pensé. Si los tentáculos hubieran salido, me habría muerto de asco.
*J. me pasó, unos días antes de ir a Mérida, una noticia sobre unos yucatecos que habían matado a un tapir. Lo habían confundido con un extraterrestre, aseguraron. También proliferaban noticias sobre tiburones en playa Progreso. Por mi parte encontré, también en playa Progreso, testimonios de locales que aseguraban haber encontrado rastros de ritos satánicos.
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