Digamos que esto es así. Que el director de una pequeña editorial de provincia finalmente accede a visitarme. Le he pedido vernos en el departamento pues ya casi nunca salgo. No nos conocemos pero está tan contento con mi trabajo que ha aprovechado el viaje que hizo a la ciudad para comparar costos de papel para pasar a platicar conmigo y discutir mis regalías. Ha sido un día largo. De la estación de autobuses se ha dirigido al centro para visitar distintas imprentas y de ahí ha tomado el transporte público hasta la colonia donde vivo y que él recuerda vagamente de sus años de estudiante. Sube al tercer piso, toca a la puerta y lo recibe un sirviente. "En un momento el señor estará con usted", le dice antes de cerrar la puerta. Digamos que de inmediato me cambio de mi ropa de sirviente a mi ropa normal, reteniendo apenas la risa, y abro la puerta sólo para decir, "¿Sí?, ¿en qué puedo ayudarle?". El editor, quien aún tendrá que tomar el transporte público para encontrarse con algunos amigos de su tiempo de estudiante y llegar a tiempo para el camión de la noche, no se ve nada contento.
Pero también digamos que en realidad nada de esto va a suceder. Que al escribirlo experimento un piquetazo de hartazgo y ansiedad. ¿Cuál es la necesidad, francamente?
Hace un momento que salí a servirme agua vi por la ventana que la vecina se lavaba los dientes frenéticamente. Su novio, el vecino rockero, estaba sentado frente a una computadora.
1 comment:
Te amo.
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