Tuesday, November 23, 2010

Mi Madame Bovary

Lamento informar que el siguiente texto se escribe a dieciséis minutos de que inicie mi jornada laboral*. Aún debo caminar durante diez minutos antes de llegar a la oficina. Es lamentable pues no creo que tenga ni la paciencia para escribirlo más tarde -aunque quizá lo revise- ni el tiempo para volver a él hasta dentro de un tiempo que, ahora que lo pienso, no será un lapso tan prolongado pero por alguna razón (el ajetreado ritmo de vida al que me someto sin razón alguna) es así como lo experimento.
Hace un par de días, en fin, pude, finalmente, terminar de leer Madame Bovary de Gustave Flaubert. Anteayer, para ser específicos. Fue una buena coincidencia que en varios medios norteamericanos le dieran atención a una nueva traducción recién publicada allá, realizada por Lydia Davis (que, además de cuentista -sólo he leído Samuel Johnson is indignant- ha traducido, según recuerdo, a Proust, entre otros), lo cual me dio oportunidad de leer varios textos al respecto a la par que llevaba a cabo mi lectura (aunque la mayoría, comprensiblemente, se concentraban en cuestiones de traducción). Entre ellos destaca este, de Julian Barnes y este otro, de Ruth Franklin. A ambos llegué a través de Conversational Reading. No pude seguir con atención, sin embargo, la serie de entradas que escribió Davis (aunque, ahora veo, sólo son cinco) a propósito de su traducción y que comenzaron a aparecer en la Paris Review desde el pasado septiembre. Quizá también debería escuchar la entrevista que le hizo hace tiempo Silverblatt a Davis, de la cual hace poco me habló Luis Panini.
Por azares de mi torpeza, perdí la traducción de Carmen Martín Gaite que estuve leyendo -publicada por Tusquets- y leí gran parte de la tercera sección, la que ocurre en Yonville, en una edición publicada en 1970 que, sospecho, mi padre compró cuando tenía unos 26 años -dos años menos de los que tengo ahora. Forma parte de una colección de novelas clásicas que mi padre tiene en una estantería no muy a la mano de su estudio, entre libros de derecho. Junto a esta colección (en la que hay libros de Tolstoi, Kafka, Dante, Homero, Poe y otros) se encuentra una de novelas de Balzac encuardenadas en un material de color verde. Esta edición de Madame Bovary es un libro bonito, encuardenado en un cartón duro que parece, pero no es, de cuero, con letras doradas en las que discretamente se anuncia que forma parte de un club internacional del libro y dentro, enmarcado en un diseño cargado, también se informa que Flaubert es uno de los Grandes Maestros de la Literatura Clásica Universal. Esta edición no informa quién la tradujo pero trae un prólogo escrito desde Madrid, según se anota, por Manuel Martínez Camaro. Quizá él mismo la tradujo. No leí el prólogo, viene en una letra minúscula y, por alguna razón, en cursiva.
Extrañamente, para ser de la década de 1970, se trata de una traducción en la que se leen cosas como "'¡Ved, ved! Seda para los forros a dos francos, cuando se encuentra pecalina a diez sous, y hasta a ocho, que hace perfectamente el avío!" o como "Emma se detuvo para dejar pasar un caballo negro que piafaba entre las varas de un tílburi, guiado por un gentleman con abrigo de piel de marta." Esto, creo, no está del todo mal. Creo que Barnes habla de cómo algunas traducciones fungen como máquinas del tiempo, obligándonos a leer en un estilo que consigue emular, al menos, la idea que tenemos de cómo se escribía en el siglo XIX. En cualquier caso, fue un golpe tener que leer parte de la novela así -más tarde, por azares de mi torpeza, que no había perdido la traducción de Carmen Martín Gaite y pude leer al ritmo fluido y desprovisto de tantas florituras que para entonces ya estaba acostumbrado.
La razón por la que leí a estas alturas de mi vida Madame Bovary es que he seguido, lentamente, el curso de literatura europea de Nabokov, publicado hace poco por RBA. Hace tiempo Mauricio Salvador me recordó que no había que hacerle mucho caso a Nabokov. Me lo dijo un poco en broma, de pasada y, como quien dice, en buena lid. Y creo entender a qué se refería. Nabokov es, sobre todo, un estilista y es difícil hablar del estilo porque a ratos parece que nos topamos con finuras interpretativas que se nos pueden escapar -especialmente si las leemos y no las escuchamos, digamos, en una clase. No es el caso, sin embargo, en su lectura de este libro, donde señala el buen uso del punto y coma, o la "interrupción paralela" o el "método de contrapunto". Aprendí cosas anoche, leyendo lo que tuvo que decir Nabokov a propósito de este libro. Y pues, está padre, ¿no? Continuaré con lo que tiene que decir de Stevenson -sobre un libro que leí hace tiempo- sobre Proust -sobre la única parte que he terminado de A la búsqueda... -y finalmente le daré a lo que tiene que decir sobre Ulysses que, espero, ahora pueda terminar. Están informados.
Subrayé esto de Madame Bovary, se los comparto:

"¿De dónde venía aquella inconsistencia de la vida, aquella prodeumbre fulminante de todas las cosas en que trataba de apoyarse? Si acaso existía en algún rincón del mundo un ser fuerte y hermoso, una naturaleza intrépida, desbordante de exaltación y de refinamiento, un corazón de poeta bajo apariencia angelical, una lira de cuerdas de acero capaz de entonar al cielo epitalamios elegíacos, ¿por qué no había de tener ella la suerte de encontrarlo?".

En otras noticias, hoy me informaron que Corea del Norte y Corea del Sur se están intercambiando misiles.

*Terminé de escribir esto en la oficina.

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