Thursday, November 24, 2005

El humor debería tener la última palabra

El cine me ha educado sentimentalmente, como a tantas personas de mi generación. No hay nada emocionante en esto. Recuerdo que en la segunda parte de Volver al futuro, uno de los personajes, el Dr. Emmet Brown, decidía abandonar sus investigaciones sobre el espacio y el tiempo para dedicarse al gran misterio del universo: la mujer.
Cuando vi la película, recuerdo, pensé que tal vez el Dr. Emmet exageraba. Sin embargo, ahora me impresiona la espontánea bondad de las mujeres, una bondad mucho más constante que la de los hombres. También su retorcida manera de pensar. El superfluo actuar de algunas. El constante anhelo de paz. No puedo decir que conozco tantas mujeres como para hacer un juicio general. Pero es verdad que cuando me he sentido enamorado o desenamorado, todas estas consideraciones se han ido a la mierda. Es impresionante lo poco literario que es la felicidad. Creo que es el gran tema que pocos han podido representar.
No comprendo por qué la bondad y la felicidad se toman como un estado que se pierde, un estado no-positivo, aburrido, como la salud. Transcribo dos pequeños textos de Houellebecq que me hicieron pensar en estas cosas. Textos, por otro lado, con los que estoy en desacuerdo:
Cualquier cosa puede ser tratada con humor o de forma patética. "Cortesía de la desesperanza" es una fórmula perfecta para explicar el humor. Pero, a menos de que te calles, terminas por dejar de ser cortés. No hay que exagerar con la cortesía, no hay que ser demasaido cortés para escribir realmente un buen libro. El humor no debe tener la última palabra. Hablo desde el punto de vista de la novela, pero es cierto que, en la vida diaria, constituye una ventaja apreciable que lo aceita todo y vuelve soportable situaciones que no lo son.
Me gustaría hacer algo que tuviera alegría, pero tendría que dejar de dedicarme a la literatura. La extanción momentánea, está bien, el placer también, pero ¿la alegría? Hay en ella un aspecto que desalienta la escritura.
Cuando escribo, aún cuando no escribo poesía, me siento feliz. Cuando abrazo a las personas con verdadero cariño o cuando un cuerpo se acerca al mío o cuando estoy callado o riendo, soy feliz. Uno se vuelve lúcido, no todo está en paz, algunas cosas duelen, otras huelen muy mal, la felicidad no es un estado perfecto e ideal, no somos zombies que pasean a caballo en pastizales verdes al son de la bossa nova; los caballos nos muerden y su pelo nos pica en la entrepierna, pero cómo corren.

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