Desperté temprano para calificar unos trabajos y unos exámenes de la preparatoria. Hacía mucho que no me despertaba antes de las nueve o antes de las siete. Fue muy agradable. Debería hacer esto más a menudo, pensé y escuché, simultáneamente, las patas subir por la escalera, el hocico olisqueando afuera de mi puerta. Abrí y Refu entró cabizbaja a mi cuarto, moviendo la cola, feliz. De un brinco subió a la cama y me vio como si estuviera a punto de decir algo, por supuesto no dijo nada, porque los perros no hablan, pero si hubiera dicho algo, si se hubiera animado, hubiera sido algo así como: "¡¡Hola Guillermo!! ¡¡Buenos días!! ¡¡Mírame!! ¡¡Estoy aquí y muevo la cola y soy feliz y café y rápida como la puta madre es rápida y sí me como toda la pizza que tú no te comes cuando la tiras a la basura y no estás viendo y destapo el basurero con mi hocico y destrozo eso con mi quijada y me trago la salsa de ajo de un lengüetazo y ya, llévame al Ajusco carajo, estoy harta!! ¡¡Hola!! ¡¡Buenos días!".
Regresé a mi escritorio, aún en bata y volví al trabajo. De vez en cuando veía a mi perra, que se había acostado y me miraba desde la cama como si estuviera pensando en algo, en mí, como si me quisiera por algo más que la costumbre y la comida que le doy. De un momento a otro, estaba seguro, se levantaría y empezaría a gritar: "¡Hola! ¡Hola Memo! ¡Soy mucho más rápida y fuerte que tú y tienes un pequeño colmillo blanco, un pequeño colmillo de lecho que no te ha crecido como los demás! ¡Y estás chaparro y tienes los pies y el pelo café, como el mío, y si quisiera te podría derribar!"
Recuerdo una ocasión en que llevé a mi otra perra, un samuyedo que murió hace tiempo de cáncer, al veterinario. Cuando salimos del consultorio, un hombre me esperaba en el estacionamiento, parado junto a su coche. De las bocinas de su estéreo salía una terrible y estruendosa canción de Paulina Rubio. Cuando me vio, me dijo: "¿Este es tu coche?". "Sí", le dije. Y sabía que iba a tener problemas. No tanto por su manera hostil de dirigirse a mí, sino por su manera de moverse, su forma de vestir. Su Paulina Rubio tan fuerte. "¿Y fuiste tú quien me rayó mi coche?", me preguntó. "No señor, no fui yo", le dije. Mi samuyedo me defendería si las cosas se ponían rudas, imaginé. Pero apenas abrí la puerta de mi coche, brincó dentro. Carajo, pensé. "Pues más te vale que no hayas sido tú", me dijo, "o te parto la madre", me dijo. "Mire", le indiqué, "mi puerta ni siquiera alcanza a donde está el rayón de su coche". Se lo demostré. "¿Te estás burlando de mí?", me preguntó. Debí haberle dicho, con calma: "No señor, mire, sólo le estoy demostrando que no hay posibilidad de que yo haya rayado su auto, es una cosa muy simple, ¿lo ve? ¿Por qué no se calma un poco?". Pero en lugar de eso lo vi con cara de: Pffff.
2 comments:
Refu es la sombra de la fermosidad misma.
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