Despierto porque escucho ladrar a los perros. Los gruñidos son fuertes e imagino que escucho la carne desgarrarse. Cuando me asomo por la ventana que da al jardín en Valle de Bravo no consigo ver nada. Hace frío y escucho roncar a otra persona en el cuarto. Creo que lo que más me gusta del inicio de los Diarios de Musil es que aclara, desde el principio, que vive en una de las zonas polares de nuestro planeta. El sonido de los perros peleando, que escuché dos noches seguidas, me impresionó especialmente pues había visto La cosa, de John Carpenter. Esta agradable historia de un extraterrestre que se apropia de la apariencia de otros seres vivos toma lugar en una de las zonas polares de nuestro planeta e inicia con una escena en la que unos hombres persiguen a un perro infectado con el virus extraterrestre. Una de las películas más asquerosas que he visto. Si la ven, presente especial atención a la escena en la que la cabeza de un hombre se desprende para transformarse en un arácnido que repta por el suelo de la morgue, hasta que la incineran con un lanzallamas.
Por alguna razón decidí comenzar mi diario, hace unas semanas, aclarando que no vivo en una zona polar, pero que he visto la nieve y que la he palpado con mi lengua. Mi diario, que escribo inconstantemente, a veces funciona como un registro donde me resguardo, la última fortaleza de aquello que conozco como mi núcleo y del cual desconfío cada vez más. Me encanta la idea de que Superman, a pesar de tener una vida hombre, en compañía de una mujer y un trabajo, debía viajar al polo norte para pasar tiempo consigo mismo en compañía de las reliquias que había adquirido en sus viajes interespaciales. Una actitud mucho más sana que la de Bruno Díaz, opino.Para redondear esta pequeña y estúpida reflexión supongo que debería decir algo sobre La fortaleza de la soledad, de Jonathan Lethem y que trata sobre crecer en Brooklyn leyendo cómics (especialmente los de Superman), pero no he terminado de leerla.
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