Saturday, November 12, 2005

Imre Kertész

Encuentro un libro en mi librero, un libro que no recuerdo haber comprado y que seguramente me regalaron. Es Liquidación de Kertész y aún está envuelto en plástico y supongo que debo leerlo pues seguramente es un libro, como la mayoría de los libros lo son, como la mayoría de las cosas lo son. Pero en lugar de abrir este libro nuevo que encuentro en mi librero, saco You shall know our velocity, que está a su derecha, y que es un buen libro, uno que me ha abierto sus brazos en malos momentos, y decido leer las últimas dos hojas porque sé que estas dos hojas, al cuarto para las dos de la mañana, me harán sentir vivo y ayudarán a darme cuenta de que muchas personas están ya dormidas, a diferencia mía, y que no tienen la oportunidad de correr por su casa (porque estoy solo en mi casa) a oscuras, o bajar corriendo las escaleras, aún cuando no tengo prisa, y salir al jardín y apagar las luces y permitir que Refu me brinque encima porque le da gusto verme corriendo o siento tan tan tan puta madre feliz de estar aquí, en esta tierra.
Fui a una boda en Cuernavaca y la misa fue dada por un padre muy carismático, me dieron ganas de comulgar, de levantar en vilo a las niñitas que esparcían las rosas blancas y rojas camino al altar, de correr arriba abajo y salir gritando a las calles de Cuernavaca en mi guayabera porque todo estaba tan iluminado y caliente y feliz en la pista de baile, pero sin bailar porque ahora no me importa quedarme sentado, ni me siento mal viendo todo desde lejos, desde ese enorme jardín --y mi vecino me pregunta, en la boda, cuando me encuentra caminando de los baños de vuelta a donde se encuentra la carpa iluminada (¡como si fuera un trasatlántico en altamar!) si no traje a mi perra, porque él conoce a mi perra y yo conozco a su perro, un boxer que se llama Tarzán y que a veces pasea por la privada y que, como mi perra, también hubiera sido muy feliz en ese enorme jardín de Cuernavaca, donde los grillos cantaban y los mosquitos se alejaban y la gente gritaba porque ¡la música!, ¡y el calor! ¡Y Dios mío, porque todos estaban ahí y gritaban y bricaban! Y sí, a veces notaban que mi madre no estaba, que mi padre tampoco y debía dar explicaciones, ¿saben?, y estas explicaciones me tropezaban un poco la velocidad porque debía entonces que hablar de mi primo y de la carretera y de la carne que se corrompe pero no por mucho tiempo, porque de nuevo tenía permiso de seguir caminando entre las mesas, digiriéndolo todo, los camarones, la carne, el sorbette, el alcohol, las terribles ganas de llorar, el desprendimiento; y luego el encontrarme con un amigo, sí, un gran amigo de la infancia y sentarme en su mesa y platicar y preguntar y responder a sus preguntas y permitir que su novia nos tomara una foto, dos porque salí con los ojos cerrados en la primera, y luego verlos besarse y sentirme extrañamente fuera de lugar, ahí, a su lado, mientras besaba a su novia y entonces despedirme y decir que sí, que debo regresar temprano, que sí, también me hubiera gustado quedarme más tiempo y ver las estrellas, después de que los padres y los niños se hubieran ido a los hoteles o a sus casas y correr con la ropa empapada de sudor a la alberca, tan clara y calmada, con la ropa puesta. Pero no, tenía que regresar antes y correr en mi casa, a solas.

1 comment:

Adriana Degetau said...

es mejor frente al espejo