Tuesday, July 14, 2009

Fauna

La cosa está así: en el mismo piso donde está la oficina hay como tres oficinas más y una de ellas es el consultorio de un psicoanalista o algún tipo de terapeuta. A menudo puedo ver a sus pacientes esperando en la sala de espera, como es de esperarse, y puedo notar algunas cosas que a continuación les compartiré. Aunque nunca le faltan pacientes, me da la impresión de que siempre se tratan de nuevos. Ignoro por qué es esto pero puedo imaginar varias razones en las cuales no me meteré ahora. También: se atiende a muchos niños. En una ocasión, en el elevador, una madre llevaba a su hija. Una niña muy simpática vestida con un tutú y unas alitas rosas de ángel. Le hice caras y la hice reír y cuando bajé en el piso ella, con su madre, también lo hizo; entró al consultorio. Me puso a pensar, cosas tristes y no tan tristes. Ahora que salí se me ocurrió que sería buena idea escribir sobre esto -salí de la oficina al baño, pues los baños están en los pasillos- especialmente cuando vi a un hombre solo esperando su turno; parecía que iba vestido para ir a, o porque regresaba del, gimnasio; leía una revista de lo que se dice farándula. Me pregunté sobre qué clases de cosas le hablaría este hombre al terapeuta. Por lo demás, mi jefe, cuya ventana da a la ventana del tereapeuta en cuestión, tiene razones (afirma) para no confiar en que se trata de un buen terapueta (una de las razones, dicho seas de paso, por las que creo que sus pacientes no regresan); pues ha, sin querer, escuchado una que otra cosa que este hombre le dice a sus pacientes. Y es que es prácticamente inevitable escuchar algunas de estas conversaciones. Dado que el sol da directamente a esta como a aquella oficina, conviene tener las ventanas abiertas. Y aunque la mayor parte del tiempo sólo se escuchan murmullos, de vez en cuando mi jefe ha escuchado algunos de los intercambios entre paciente y terapeuta.
A veces hablo con la recepcionista. Un hola, un adiós; nos vemos tanto tiempo, de pasada y con urgencia, que nos hemos visto obligados a entregarnos estas pequeñas cortesías. Se trata de una mujer mayor, que se pinta el pelo color zanahoria (este color es el naranja) y usa unos lentes que mucho dicen del nivel de ceguera con el que carga. Es amable y parece tener una confianza más o menos gratuita de que lo que le depara el futuro aún es mucho y muy bueno.

3 comments:

Unknown said...

fauna intestinal

overcast said...

Recuerdo el consultorio del dudoso psicoanalista. Alguna vez escuché que le decía a un adolecente, sus principales clientes, si te has dado cuenta, “las lagartijas comen grillo”. No entendí. Sé que algunas lagartijas comen grillo, para otras sería mortal. Dejé de espiar al psicoanalista. Ahora dime, ¿aún hay japoneses en el piso de abajo, el cinco? Desde la ventana de tu jefe se puede ver el baño de los nipones. Alguna vez comprobé que el mito de los sexos invertidos que tienen los asiáticos es mentira.

Mariana said...

hmmm... mi morbo quiere saber los fragmentos de conversación entre terapeuta y paciente