Recuerdo que en una ocasión, subiendo en bicicleta por la montaña me topé con un conocido de la carrera, un numerario, y a uno de los mejores y más ancianos profesores que teníamos en aquél entonces. Platicaban sobre metafísica y caminaban muy lento. Uno de ellos llevaba una boina. Los saludé y me despedí rápidamente. Yo llevaba mi bicicleta cannondale, la roja, con sus veintiún velocidades combinadas y mis licras y un gatorade.
Hace tiempo que no subo a la montaña para andar en bicicleta, como lo hacía hace tiempo con algunos de mis mejores amigos. He dejado de ver a estos amigos y poco a poco me he ido diluyendo en el trabajo, la rutina y preocupaciones sentimentales sin demasiada trascendencia. Por otro lado, sí he regresado a la montaña para dar pequeños paseos en compañía de mi perra, una muy buena amiga y su perro. No puedo decir que extraño la emoción del ciclismo de montaña, la adrenalina, el cansancio. Al menos no lo hago con entusiasmo. Pero había algo de aquella convivencia tan masculina que se ha perdido en este nuevo mundo que he descubierto. Es sólo una esfera distinta, supongo. Envejecemos.
Mi madre tomó prestada mi copia de El paseo de Robert Walser, publicada por Siruela. El libro es amarillo, es un relato muy pequeño y en la portada lleva un par de zapatos que me hacen pensar en las disertaciones de Heidegger sobre aquél famoso cuadro de Van Gogh que ha emocionado a tantas amas de casa y universitarios.
Lo que más me atrae de Walser es su calma. Me cuesta trabajo creer que no haya sido feliz escribiendo de la manera en que lo hacía. No creo que su escritura, como aventura Vila-Matas, haya sido un constante ejercicio para desaparecer. Probablemente sólo era un registro de la paz interior que lo dominaba, la planicie del buen observador, como si fuera un cubo de hielo derritiéndose en el desierto sin nadie que pueda hacer algo al respecto.
Yo no puedo afirmar que escribo para llevar un registro de mi desaparición o por un incontrolable anhelo de alejarme de las personas, o para manifestar la paz interior tipo zombie que reyna en mi interior. Escribo porque quiero estar cerca de las personas, como si mis letras fueran falanges que se estiran, pequeñas sonrisas e invitaciones impertinentes a una fiesta a la que nadie quiere ir porque sólo va a haber música, alcohol y papitas. Pero si hay algo que quiero y que no tengo y que tenía Walser en su escritura, es la falta de ironía, una no ironía rodeada de una no inocencia, de una no bondad, o de una bondad positiva, como un movimiento hacia afuera, no como una resignación.
3 comments:
Así como los regios necesitan una cierta dosis de Coca-Cola en la sangre para vivir, también tu necesitas cierta dosis de ciclismo en tu vida; si no es así morirás.
Uhm, pues sí. Si no, moriríamos. Pero no estoy seguro. La Coca-cola para los regios no es sólo ciclismo sagrado, sino un componente estructural.
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