Friday, December 31, 2004

La esperanza es gramática

La gente se queja de que ya nadie lee. Estoy en la playa, una playa donde todos son gringos (tuve que pedir las claves para poder insertar acentos en las palabras, pues estoy trabajando en un teclado configurado para lengua inglesa; y por supuesto, olvidé pedir la clave para la enie). Pues bien, en esta playa todo mundo lee tremendos tabicones que es de dar miedo. No he visto un sólo libro de cuentos por ningún lado.
Hay una teoría al respecto.
La cosa es que la gente ya no lee en el sentido de que ya nadie se adentra en esos hoyos negros que es la alta literatura. La gente ve televisión como lee libros. Los cuentos son otro problema, exigen prestar atención. Dudo que alguien pudiera realmente leer a Bolanio o a Rulfo o a Joyce o a Faulkner o a Proust con biknis enfrente. Bueno, tal vez Proust sí. Y Mann.
John Grisham, Anne Rice, Tom Clancy y sobretodo Dan Brown.
Curiosamente no he visto ningún Harry Potter (olvidé el nombre de la tipa que lo escribe), ningún Crichton y para mayor sorpresa, Stephen King.
Muchos jodidos Códigos Da Vincis y ángeles y demonios e incluso las claves para comprender estos libros y las defensas del catolicismo de estos libros y muchas otras letras parasitarias.
Vi un García Márquez.
Mis libros para la playa son: El bandido, de Robert Walser y Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán. El primero me gusta más. Y muchos otros libros que debo usar para mi tesis.
Los días que bajo miro el mar y pienso en el tsunami que azotó las playas de Phuket como si fuera un castigo divino contra todos los alemanes pederastas y los libidinosos que atienden el turismo sexual. Lo pienso en broma. No puedo dejar de recordar Plataforma de Houellebecq, por dos cosas: cómo enterró La firma de John Grisham en la playa, esperando que nadie la desenterrara (el personaje de Plataforma no podía evitar leer el libro imaginando a Tom Cruise en cada párrafo), pero sobretodo por el final de la novela, que no voy a escribir aquí.
Ay, el monoteísmo.
Combinado con el tedio es una cosa terrible.
En unas horas iniciará un reluciente y nuevo lustro. Me encanta la capacidad del lenguaje para poder escribir a futuro y en circunflejo. La capacidad de posibilidades. Si al menos se realizaran, si al menos, si tal vez, si ojalá. El suspense es exquisito.

Tuesday, December 21, 2004

Rumbo a Esparta


Varios días después de la boda. Sigo esperando una gran verdad. No hubo epifanía ni piedra de toque. A pesar de todos mis esfuerzos por mantenerme alerta no encontré un momento determinante en estos últimos días, no fue un evento, no hubo "parte aguas" ni hitos en mi propia historia de vida.
Observé con desapego y distanciamiento las cosas que pasaban: durante la misa, la fiesta, la despedida, la carrera de mi hermana en el aeropuerto y las lágrimas de mi madre. Al momento que mi hermana corría rumbo a su luna de miel y su nueva vida en Alemania mi madre se soltó a llorar y me agarró desprevenido, así que me abrazó. Le dije: "Hueles a masapán". Olía a masapán. Le dio risa.
¿Eché todo a perder por no estar más al tanto de mis sensaciones? No. Simplemente no me estaba ocurriendo nada.
Bebí durante el banquete, bailé y no vomité. Al día siguiente tenía la mente clara y no sentí dolor. El vodka no deja demasiados espíritus pesados.
Ah, la vida sigue. Mi hermana está en otra zona de tiempo global. Y yo estoy aquí. En la jungla. Son los años sesenta. Soy un espía en los finales de la guerra fría. Presencio el cambio geopolítico. Como ratas y serpientes. De vez en cuando me rompo huesos o sufro heridas de bala. Me tomo mi tiempo para reponerme. Cambio mi camuflaje para desaparecer en el ambiente. Cuelgo de árboles y lianas, mato cocodrilos, soy una especie de Rambo, en la sala de televisión de mi casa, a través del Play Station. Ah, vacaciones. Me duelen los ojos. Me siento disperso. No avanzo en la tesis. Ni en la novela.

Thursday, December 16, 2004

Escorpiones invaden el D.F.

A dos días de la boda. Hoy recogí a un primo en el aeropuerto. Pasé dos horas en el tráfico, desde las Águilas hasta la terminal. No vivo en las águilas, mi jefe sí. Trabajé toda la mañana ahí y a mediodía emprendí el camino al aeropuerto. "Emprendí el camino" suena a frase que podría ser encontrada en una polvorienta bitácora de gran viajador.
Mi primo es un gran viajador. Voló de Los Cabos, donde hizo una parada de veinte minutos, hasta la Ciudad de México. Salió de California, donde está la base militar en la que trabaja y la universidad donde estudia para convertirse en ingeniero. Como marine mi primo ha conocido Australia, Hong Kong, las Filipinas, e Iraq. ¿Qué hace mi primo en la marina de Estados Unidos? Repara helicópteros. Pronto terminará su servicio --duración: cuatro años-- y aspira a trabajar en Continental donde reparará aviones.
"¿Confías en tus habilidades?"
"Sí", me contesta.
"¿Te subirías a alguno de los helicópteros que has reparado?".
"Pues. Sí. Supongo que sí."
"¿Alguno de los pilotos te ha invitado a subir?"
"Siempre declino, pero lo haría. Si nos los reparo bien, me meten a la cárcel".
Durante "el conflicto de Iraq" (así lo llama), cuando caían los helicópteros en territorio enemigo un grupo de ingenieros y soldados tenían que recogerlos para repararlos. Mi primo podía escuchar el zumbido de las balas. A mi primo no le gusta hablar de esto.
Así que vemos la televisión. Cenamos unos tacos, discutimos sobre el spanglish y cómo cada vez se le traba más el español. Hablamos sobre películas (particularmente de Los increíbles, Bob Esponja y Alexander). Le traté de explicar en qué consiste mi trabajo, así como lo hizo él. También guardamos silencio. En ese sentido, en nuestra capacidad de guardar silencio sin sentirnos obligados ni culpables por no hablar, o sin esperar que alguien rompa el encanto, nos parecemos bastante. Mi primo fue mi amigo de la infancia. Trepábamos árboles y nos aventábamos piedras, corríamos hasta que se nos acababa el aire y jugábamos a ser Indiana Jones (yo) y Bruce Lee (él). De vez en cuando yo prefería ser McGyver.
Justo ahora está frente a mí, durmiendo o fingiendo dormir. Puedo escuchar su respiración. Tiene catarro. Estuvo en Iraq. Lo pienso como una especie de beca: juega fútbol con nosotros, te pagamos tus estudios. Juega americano, una lesión no es nada, sé parte de nuestro equipo de polo, arriesga tu vida, conoce los horrores de la guerra, ve películas de Ben Stiller en el portaaviones, aquí hay un plan de estudios.
En casa comenzamos a ver Spun pero como me pareció demasiado intenso puse una película en Retro Channel. Cuatro hombres discutían frente a una fotografía hecha por satélite, aparentemente. Discutían algo sobre una fisura que se había hecho a las faldas de un volcán. Un volcán cerca de la Ciudad de México. En la siguiente escena el expreso de Monterrey se descarrila cuando un escorpión gigante lo embiste de frente. Los efectos especiales son sorprendentes. El blanco y negro ayuda. La gente grita y corre y detrás del escorpión gigante vienen muchos más. Los escorpiones se atacan entre sí por la comida. Deshacen en sus tenazas a un hombre (sorprendentemente, de todos los pasajeros sólo dieron con uno) pero en el alboroto se atacan entre sí. Gana el escorpión más grande, un enorme escorpión negro. El ejército decide movilizar a la gente (la cantidad de extras corriendo frente a Bellas Artes y el monumento a la Revolución era algo de admirarse), se ven escenas donde se bajan cortinas de hierro en el centro y camiones del ejército entre las calles. Y luego: un camión con mucha carne de cabrito se dirige al entonces aún Estadio Azteca. Dentro un plan se elabora. Atraen al escorpión gigante (que en los close-ups babea) y le disparan en el único punto que es vulnerable, debajo de la cabeza --le disparan con una especie de arpón conectado a un cable de cobre a través del cual correrán ¡60, 000 voltios!
Por supuesto el primero disparo lo falla un soldado mexicano, que de paso se electrocuta, y el segundo lo atina el único güero de la película. Que también se queda con la única vieja, para sonrisas de todos, incluyendo al Sr. Moreno y al Dr. Velasco, los cerebros del plan para derrocar las hordas invasoras de escorpiones negros, asesinos y gigantes.
Ay, el mundo.
Pasado mañana me emborracharé hasta vomitar o llorar, o ambas dos simultáneamente al mismo tiempo que intento pararme del suelo.

Wednesday, December 08, 2004

Físico

Por la mañana contemplé mi cuerpo desnudo frente al espejo que tengo en mi armario. Traté de juzgar mi físico con frialdad y desapego. Hice la vanidad a un lado. La vanidad es una gran herramienta, un paliativo. Siempre me pregunté cuándo comenzaría a parecerme a mi padre. Él tiene barriga y hasta hace unos meses, yo no. También: como hacía frío, mi piel se cubrió de piel de gallina y mis pezones se mantuvieron erectos. Mis genitales se comportan de manera extraña cuando hace frío. Aparentemente es una cuestión de termodinámica y de mantener mi reserva de espermas viva. ¿Para qué? No lo sé. No conozco mujer.
Algo que debe ser vergonzoso, más vergonzoso que acercarse a una niña e invitarla a salir, y que además debe ser más triste que ser rechazado por una niña cuando te decides a invitarla a salir: A un niño de trece años se le diagnostica leucemia. El doctor le recomienda que comience una reserva de esperma en el banco de esperma. Es protocolo. Lo puede hacer en el mismo hospital, para su comodidad. El puberto acepta hacerse los exámenes, hace una cita para su próxima visita, comienza a imaginar cómo serán las sesiones de quimoterapia y entonces sale del consultorio con su madre, quien entre lágrimas le sostiene la mano y lo acompaña en el ascensor unos pisos abajo, al banco de esperma, donde se masturbará. Sí, hay cosas peores que no ser correspondido.
Mi piel aún está morena por la última vez que fui a la playa. En todo caso, más morena que de costumbre. Y decido que ya no puedo juzgar con frialdad mi cuerpo, ni hacer cálculos clínicos y desapegados. Así que comienzo a sonreír y bailar frente al espejo, como un imbécil. Después, me baño. Esto se está volviendo una costumbre. Hace semanas que lo hago. Me preocupa.
Fui al sastre hace unos días. Me pidieron que me probara la ropa que mandé hacer especialmente para un evento familiar, una prenda que seguramente usaré sólo esa noche, como un profiláctico, y eso hice. Entré al pequeño vestidor que tiene en la sastrería, me quité los pantalones y la camisa y los doblé sobre una silla. Después me puse el fracq. ¿Así se escribe fracq? Parece correcto. Cuando terminé de vestirme descorrí la cortinilla y una señorita de mi estatura me miró a los ojos: "¿Es usted el novio?". "No." "Ya lo quiero casar". Guardé silencio y me dejé hacer. Pasó sus brazos por detrás para colocar correctamente la corbata, extendió los pliegues, midió lo medible. Me hice creer que era erótico.
Leí Marranadas de Marie Darrieussecq y comencé El bebé. Darrieussecq es una gran escritora. De leer las primeras páginas de El bebé deseé, primero, ser madre, después, ser padre; y finalmente tener cualquier tipo de descendencia. Luego me deprimí pues pensé en cómo no conozco mujer y en cómo no he conocido mujer jamás y en cómo la Biblia y su léxico comienza a colarse cada vez más en mi cabezota. No tendré bebé, no daré a luz a nada nunca. Pero tengo una barriguita. Al menos la cerveza es útil para llener ciertos vacíos.
En una ocasión abracé a una amiga o me acerqué demasiado a su cabeza. Esta amiga tiene novio. Su pelo olía bien. Un poco se me metió a la boca y le dije: "Se me metió un poco de tu pelo a la boca". Hice un sonido parecido a un pthbbbb. Ella me contestó: "Pues qué suertudo". Fue gracioso, en ese momento. Y me hizo pensar en los bezoares y en las bolas de pelo de los gatos. También me hizo pensar en otra amiga, que también tiene novio, y en que tiene poco pelo. Y luego no pensé en nada y traté de seguir. Hace un par de días volví a darle un abrazo a mi amiga y su pelo volvió a meterse en mi boca, pero en esta ocasión no le dije nada. Sabía un poco amargo.

Monday, November 29, 2004

En Acapulco uno piensa en:

Pensar que tu vida en ocasiones se asemeja a una película y que merece una banda sonora y que probablemente tendría un buen fin de semana en taquilla es algo propio del siglo XXI, ya no conocemos las contradicciones de los pensadores de la modernidad, del siglo XIX, hemos perdido esa visión de conjunto y poco a poco nuestras ironías y agudezas se refieren a lo estrictamente inmediato. Por esa razón cuando abro los ojos en un Mercedes que va a ciento sesenta kilómetros por hora sobre distintos asentamientos de una carretera donde reptan esporádicamente iguanas, me siento vivo y parte de algo que es a la vez melodramático y emocionante; la sensación de que el momento en que abro los ojos y confundo el reflejo de los controles del panel sobre las ventanas con las estrellas (porque es de noche) es demasiado cinematográfica para no evitar sonreír satisfecho.
La vida de los veinteañeros en realidad es mucho menos emocionante de lo que creen, decía Dave Eggers.
Esas visiones enormes y desérticas donde corremos a través de espacios abiertos y desolados sólo son paliativos. Correr cuesta abajo o pedalear cuesta abajo o sumergirse en el mar entrada la noche o esperar un atardecer naranja y morado es algo que podría aburrir a cualquiera, a la larga.
Me duele el pecho.
Y la espalda también. El dolor de la espalda es un ardor constante (por no haber usado protección solar), el del pecho es muscular y espero que se pase pronto. El de la espalda se explica fácilmente: todas esas horas que permanecimos dentro del agua con la espalda al sol y la vista en dirección al horizonte, la alberca estaba construída de manera que brindara esa ilusión donde, desde un punto específico, el mar no es sino la extensión de la piscina. El borde estaba alineado al horizonte y era ahí donde permanecí recargado, en la baba, durante horas, platicando sobre lo mismo una y otra vez.
Temas para discutir en la alberca: 1. Niñas. 2. Comida. 3. Escatología. 4. El tiempo pasado. 5. Esperanzas. 6. El Dasein Heideggeriano. 7. Más niñas.
Beber en Acapulco, desear en Acapulco, idear el fin del mundo en la playa, reír tirados al sol, durante un fin de semana.
Y también: ver pájaros negros bajar y levantar con sus picos pequeñas conchas de playa y beber del borde de la piscina. Parecen cuervos pero no son cuervos. Quizá hayan sido urracas. En el cielo un par de águilas revolotean una detrás de otra. "¿Son zopilotes?", pregunto. "No, aquí no hay zopilotes", me contesta. Y más tarde escuchar a un padre decirle a su hijo: "Hace rato, antes de nos viéramos, vi una cosa muy curiosa; un águila correteando a una paloma, ya le estaba dando alcance, volaban en círculos", aquí el padre hace pantomimia y representa el revoloteo en pánico de la paloma, "me fui antes de que la alcanzara". El hijo se ríe y yo escucho y pienso en mi amiga.
Antes de salir rumbo a Acapulco, hace cuatro días, la visité y le pedí un video que me iba a prestar. Platicamos unos minutos en la puerta. Le dije, al despedirme: "Te quiero", y ella sonrió sorprendida y pensé que se iba a quedar callada asi que di unos pasos atrás hacia mi coche cuando me contestó: "Yo también", y volvió a sonreír, como yo, una sonrisa ilusa a la que se añadió: "Te cuidas", y "Te portas mal", y "Fumas mariguana" y otras cosas que sabía que no iba a ser. No está en mi carácter.
Una semana antes le juré que en el fraccionamiento donde vivo hay águilas. Me creyó pero cuando subimos al tejado con unos binoculares y estuvimos mucho tiempo revisando árbol tras árbo, pareció decepcionada. Mis vecinos tenían una fiesta y podíamos escuchar gritos y risas. Creo que estaban viendo el fútbol. Espíamos la cocina un momeno, con los binoculares, y luego espíamos los niños que jugaban en el fraccionamiento y luego me preguntó si con esos binoculares espiaba a mi vecina, cosa que ella ya sabía, y también hablamos sobre cómo los hombres prefieren suicidarse con un balazo o tirándose de tejados, mientras que las mujeres, estadísticamente al menos, prefieren cortarse las venas o tomar alguna sustancia. Ninguno de los dos tenía ganas de hacer algo así. Ni siquiera escuchamos el chillido de los aguiluchos, no sé qué pasó, pero hablamos en cambio sobre las ventajas de tener unos binoculares con visión nocturna, en el que se incrementa la poca luz que se refleje de la luz o las estrellas, esa luz muerta resucitada en colores verdes y poderosos y oscilantes blancos, rodeado todo de una estática fosforecente y un poco fantasmagórica.
"Me gustan los tejados de las casas", me dijo, antes de bajar. La luz de noviembre, naranja y pesada, se estaba poniendo. Nos queremos. Somos amigos y somos parte de la vida del otro y nos queremos y vamos a morir y algunas estrellas ya no existen y la sociedad es una mierda y a veces me siento dentro de una película y veo películas, pornográficas, muchas, y pienso en águilas y visión nocturna y todas las herramientas biológicas que carecemos y necesitamos y nos queremos.

Sunday, November 28, 2004

Ahora

Tengo un malestar estomacal, para variar. Tengo la barbilla cubierta de pelos, son míos. Siento la cara arder y los movimientos peristálticos. Algo en el trópico no me va del todo bien. Sin embargo, me adapto.
Hoy la luna me dio algo en qué pensar. Regresábamos de Acapulco, Adolfo, su padre, Rodrigo y yo. En el auto, antes de cerrar los ojos y dormir vi que el cielo adquiría colores pasteles, azules y rosas. En una ocasión leí una metáfora que describía a la perfección ese tipo de cielo, el tipo de cielo atravesado por hebras de nubes, y cuando se lo dije a mi amiga Adriana se quejó de lo cursi. La metáfora es: "El cielo era como una explosión puesta en pausa". Por supuesto, la metáfora no es mía. Y no veo lo cursi. Quizá el cielo en sí y hablar sobre él sea cursi. Las metáforas son cursis, supongo. Todo es metáfora, decía Nietzsche; el lenguaje está plagado de ellas. Ha salido la luna, por ejemplo. Se ha puesto el sol. Una palabra es una metáfora, una representación, un tropo; el lenguaje no es sino una herramienta biológica. Dios no existe, sólo es un concepto. Todo es juego, el sentido se pierde en el horizonte. Oh, Nietzsche a veces era un poco bobo.
Cuando volví a abrir los ojos el cielo estaba estrellado y la luna estaba enorme, el velocímetro iba a ciento sesenta kilómetros por hora y se podía sentir el movimiento de los amortiguadores sobre los irregulares asentamientos de la Autopista del Sol. Nos estábamos moviendo. Cada vez que el auto amortiguaba lo resentía en mi estómago. Dos pepto bismoles tienen sus límites ante la irremediable contundencia de la diarrea. Sin embargo, el hombre hace lo que puede, se adapta, crea palabras. Nietzsche, Nietzsche, bigotitos Nietzsche. La misma luna que se recortaba detrás de cerros cubiertos de plantas había alumbrado a todos los muertos que están en la Historia. A todos. La misma luz de las estrellas ya había pasado por aquí. Esa luz salió hace años, millones de años, de esas estrellas. Probablemente alguna de ellas ya se haya extinguido pero aún vemos la luz que desprendió alguna vez y que ha tardado en viajar hasta nuestros ojos.
En lo que me puso a pensar la luna fue en una secretaria que en una ocasión me entrevistó. Yo buscaba un trabajo como profesor de inglés y que al final no obtuve por pereza. Mientras la secretaria imprimía un formulario revisé su cubículo. Con una tachuela había adherido una fotografía de la luna (la misma luna, siempre) a la pared de su cubículo desmontable. Le pregunté si la había tomado ella. No, un amigo, me contestó. Tiene equipo especial para tomar fotografías nocturnas, me explicó. Me pregunté si tenía esa fotografía ahí porque la había tomado su amigo o porque era una fotografía de la luna. No se lo pregunté a ella.
Mucho después de que hayamos muerto, esa luna estará ahí, como lo estuvo mucho antes de que estuviéramos aquí. Y eso, pues, supongo que no añade nada a mi vida en forma alguna. Creo que sólo tengo hambre y no diarrea.
Voy a checar ahora.

Friday, November 19, 2004

Seré sincero: le temo a los poetas. A la carne de cañón que son los poetas. A esas criaturas desesperadas y valientes que son los poetas. Dispuestos a quemar un poco más que su parte maldita, dispuestos a quemarse, de hecho, por su parte maldita. A esos son los poetas a los que les temo, a los que les da igual si son leídos o no son leídos por los mismos poetas desesperados. Les temo como a las serpientes que se tragan a sí mismas, a Moebius, a la sensación de infinito que uno tiene cuando se para entre dos espejos.
Una de esas poetas nos estaba hablando, a nosotros, que no somos tan desesperados, cuando se fue la luz en el lugar donde platicábamos y escuchábamos su voz desesperada. Siguió hablando, en la oscuridad durante un rato y la escuchamos sin verle la cara, y después escuchamos la voz masculina, la voz de bigotes de un compañero suyo (y los imaginé a ambos acostándose más tarde, en la buhardilla de alguno de los dos, o en la banca de un parque) y después la de otro de los poetas que fueron a presentarnos su revista.
Eso de andar con los ojos abiertos en el abismo es una cosa, que qué cosa.
Un poco como el pequeño opúsculo de Nietzsche, su Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, escrito que no publicó en vida porque entonces aún creía, más o menos, en Wagner y en Schopenhauer y en el romanticismo alemán (pero diablos, lo escribió).
Cuando volvó la luz los poetas siguieron hablando y sentí que iba a morir.
Realmente sentí que iba a morir, no estoy haciendo un trobo o una metáfora o una analogía en cualquiera de sus variantes; sentí un dolor físico e intenso que subía de mi brazo izquierdo a mi pecho; deseé que fuera mi pectoral y no mi corazón y comencé a sobarme el pecho (no sin ignorar el placer que esto producía, también, a la vez que el dolor se esparcía, sobre mi moreno pezón). Y entonces imaginé cómo sería caer sobre el entarimado del salón donde los poetas hablaban, ignorantes de mi imaginación, cómo sería el primer grito de sorpresa, o en su defecto, mi primer grito de auxilio. La verdad es que con estas personas, estos escritores o aspirantes a escritores o a aspirantes a la vida de escritores o de bigotudos o de hombres y mujeres (y señoras, sobretodo señoras) temerosos, no me llevo demasiado bien. Por un lado es la timidez, y por otro, veamos, ¿qué es precisamente? Oh, no lo sé; digamos que es la timidez y sólo la timidez. Entonces: generalmente no les hablo, eso está claro, y estoy sintiendo ese dolor intenso en el pecho, bien, y temo que de un momento a otro, sobretodo si no pasa el dolor, tendré que pedirle ayuda a alguien. Y no me atrevo. El temor animal es fuerte, sí, pero era más grande ese temor a pedirle a una de esas personas, de esas almas bellas, que me ayudaran.
Llamarían a una ambulancia mientras yo lucharía por no tragarme la lengua.
A alguien se le ocurriría ponerme su cinturón en la boca o su billetera, porque lo vieron en una película o simplemente por sentido común.
Y sería el centro del universo.
La poeta y sus amigos desesperados verían todo desde fuera, ajenos y pensando en cómo lo relatarían más tarde.
El dolor era casi insoportable, pero poco a poco me fui dando cuenta de que era muscular. Me sobé y sobé y fue menguando. Pero antes de que desapareciera me pregunté: ¿Quieres morir, joven? Y sentí miedo. Iba a morir, posiblemente, en ese precismo momento. Y luego: bueno, es normal tener miedo, pensé. Y luego: No vas a dejar a nadie llorando, es decir, a nadie realmente importante. Y también: es una lástima que nunca hayas tenido novia. Y también: ¿realmente? No, no realmente. No es tan grave. Nada es grave. Sólo es un temor animal, de separación, de moléculas que se disgregan, de carne.
Pero: la muerte debería ser algo frío, ¿no es cierto? Y esto es caliente, pletórico, lleno de sangre vive, de músculos que vibran. Quizá haya distintos tipos de muerte. Tibias, frías, heladas, ardientes. Un machetazo en la cabeza debe ser una de las muertes más candentes que hay.
El otro día soñé que la tierra se sumergía y que las aguas de los mares cubrían todo. El resto de la humanidad, los pocos, eran mexicanos todos y vivían en una cueva submarina donde aún había una enorme bolsa de aire. Y era una cantina. De vez en cuando se abrían unas compuertas para dejar entrar algo de agua (no sé precisamente para qué), pero no por mucho tiempo, pues además del agua se temía que entraran unos tiburones. El sueño estaba fragmentado o lo recuerdo fragmentado. El caso es que en otra parte del sueño (en otra escena) yo nadaba con un delfín al que de vez en cuando cacheteaba, como hago cuando estoy borracho. El delfín se enojaba y me mostraba sus dientes y entonces me daba cuenta de que no era un delfín, era otra cosa.
Creo que debo hacer más ejercicio y salir más de mi casa. Aún me duele el pecho.

Tuesday, November 16, 2004

Gotham Book Mart

Entre las cosas por las que noto el progresivo envejecimiento de mi padre está su olor. Su olor es distinto al de hace algunos años. Entonces, no lo notaba. Ahora un aire, no del todo desagradable pero que ya es algo presente, lo acompaña a todos lados. Al nacer todos nos hinchamos y comenzamos a apestar. Recuerdo el olor agrio de mi adolescencia, de mi pubertad, cuando me di cuenta, de que algo estaba cambiando (y que no pude constatar del todo hasta que mis hermanas me apodaron "El apestoso" y, con mayor impacto, cuando me comenzó a crecer pelo en las axilas y los testículos).
He estado todo el día aquí, sentado frente a mi escritorio. Interrumpí esto en dos ocasiones. La primera para comer y hace unos momentos que bajé para servirme una coca cola. Me gusta mucho la coca cola. Estoy trabajando en mi tesis. Hace unos minutos encendí mi computadora para distraerme un rato de George Steiner. Terminé su libro Errata, su autobiografía intelectual. En el penúltimo capítulo relata algunos de los viajes que ha hecho y recuerda con particular atención sus visitas a la librería Gotham Book Mart de Nueva York, en la calle 47.
Hace unos años, dos a lo más, mi psicoanalista me recomendó que visitara esa librería. Sabía que tenía planeado ir a Nueva York. Unos días después le dije que ya no iría más a la consulta. Él me preguntó porqué se lo decía así, enojado. Yo no había notado que yo estuviera enojado. Por un momento pensé que él estaba enojado y que se estaba proyectando, pero después recordé que era un profesional y que probablemente tenía razón. Le dije, de cualquier manera, que no estaba enojado. Ultimamente he estado jugando con la idea de volver.
Me duele la cabeza, ahora.
Cuando finalmente visité Nueva York olvidé a mi psicoanalista y lo que me había dicho. Una compañera de la carrera (porque entonces aún estaba en la carrera) me pidió que le consiguiera un libro de Hanna Arendt. Lo iba a usar para su tesis. Lo busqué en un Barnes and Noble y no lo encontré. La persona que me atendió me dijo, en inglés: "De todos los libros por los que han preguntado hoy, creo que ese es el mejor". "No es para mí", le contesté.
Y después me dijo: "Ah, creo que deberías de guardar ese secreto".
"One must be honest, one must be true of heart", le dije, citando a Eggers, pero con un tono con el que procuraba darle a entender que era broma, que en el fondo me daba igual y que si le dije, en efecto, que el libro no era para mí sólo se debió a que tuve un desliz. Afuera del horrendo Barnes and Noble la noche caía sobre Nueva York. Había mucho tráfico. Me dijo, entonces, que buscara en una librería que quedaba cerca y se fue a atender a otra persona. Bajé al sótano del Barnes & Noble y busqué otro libro que otra persona me había encargado. Un libro de Beckett. Lo vi. Lo tomé. Vi el precio. Me pareció elevado y lo devolví a su lugar. Regresando a México le dije a aquella persona que no lo había encontrado. Y después, arrepentido, le dije que sí lo había encontrado pero que estaba demasiado caro. Y añadí: "Estaba en una colección de cuentos, muchos de los cuales ya habías leído". Mi amigo no estaba enojado ni nada.
Al salir de la librería caminé un rato y comencé a sentir frío. Me perdí y entré a una calle donde habían muchas joyerías, todas estaban cerradas. Y entonces, recordé a mi psicoanalista y lo que me había dicho sobre la librería de viejo. Estaba en un barrio donde los judíos venden joyas, en una calle escoltada por dos enormes diamantes (dos farolas con forma de diamantes). "Muy padre", me dijo.
Caminé un rato y encontré la librería. Me emocioné porque había dado con ella por accidente. Entré y vi pilas de libros, amontonadas unas sobre otras. Sólo había un par de mujeres, negras y gordas, atendiendo la caja y un hombre grande forrado en un abrigo negro. Estaban platicando entre sí, riendo. Pregunté por el libro. No lo tenían. La señorita que me atendió se soltó a hablar sobre el libro y primeras ediciones. La escuché con atención y puse cara de "ni hablar". Volverían a tenerlo en un par de semanas. Yo ya no estaría en Nueva York, para entonces. Estuve husmeando un rato por la librería, en las paredes había fotografías de escritores, Joyce, Ezra Pound, T.S. Eliot y muchos que no reconocí. Algunas estaban firmadas. Robar un libro en Nueva York, como un desesperado. Correr por la calle fría de un barrio de joyeros, mientras dos gordas te persiguen, no es una buena idea. "No lo hagas", pensé. Y no lo hice. Además, una de las dependientes había tomado mi mochila al entrar (llevaba una mochila con muchos libros que compré en Brooklyn, y que había cargado todo el día; un libro no los valía; estaba agotado).
La librería Gotham Book Market es bonita. El tipo de librería que uno ve en las películas, donde bibliófilos buscan durante horas esperando encontrar un tesoro, como si fueran un personaje en una película de Polanski. El tipo de librerías que habitan el inconsciente colectivo, diría Bellatin. Grandes, colores ocres, polvo, anaqueles, libros pesados y nada de humedad.
En I. de Stephen Dixon (uno de los libros que llevaba en mi mochila, esa noche, y que aún no había leído) se habla sobre un escritor famoso, real, y una fiesta que tuvo lugar en aquella librería. Un coctel. Copas de vino tinto sobre columnas tambaleantes de libros. Un mal lugar para llevar a cabo un coctel, escribía Dixon. Y cuando lo leí, me emocioné, como me emocioné hoy, cuando leí en el libro de Steiner la referencia. Fue tanta mi emoción, tan estudiantil, que subrayé el texto y luego me sentí satisfecho y un poco tonto. Estar tanto tiempo en casa me hace mal y siento que no avanzo en mi tesis.

Saturday, November 13, 2004

Un poco de optimismo

Mi padre cumplió sesenta años el día de hoy. Desayunamos juntos. Mi madre no lo felicitó por la mañana y cuando mi padre se lo echó en cara más tarde, mi madre se lo reprochó. Mi madre a menudo se queja de aparecer como una mala persona en nuestros relatos y anécdotas. Como familia, tenemos relatos y anécdotas.
Desayuné un huevo revuelto con salmón y un bagel con queso filadelfia. Mi padre pidió unos huevos revueltos con queso y rajas y frijoles que no se comió porque no le gustaron. Yo había olvidado que era su cumpleaños, también. Cuando vi a mi hermana felicitarlo con un abrazo, la emulé. Y después nos sentamos en un restaurante, solos, y comimos más o menos en silencio. Creo que estaba preocupado por algunos asuntos de trabajo. Una amiga alguna vez me dijo que me parecía a mi padre. No sé si fue una crítica o un halago o un comentario que dijo sólo porque habíamos pasado mucho tiempo en silencio.
Ha comenzado a envejecer, mi padre. A menudo me dice: "Envejecemos", como si fuera un personaje en una novela francesa contemporánea.
Mis hermanas y mi madre no nos acompañaron durante la mañana. Una de mis hermanas está a punto de casarse y unas amigas de mi madre decidieron hacerle una despedida de soltera. Hay muchas mujeres en mi vida. Vivo en un mundo feminino, de cohesión. Mi mente es masculina, separa.
Anoche bebí con un amigo y hablamos sobre el amor que nos falta. También vi a mi amiga y le hablé sobre lo mismo. Ella, por otro lado, está enamorada de su novio y es feliz. Cada vez que su novio y yo nos saludamos nos miramos a los ojos y nos tratamos con cortesía. Mis dos hermanas están enamoradas también. A veces sufren. Mi madre tiene amor en su vida. Mi padre está viejo.
Yo leo y escribo y me regodeo en el sentimiento de tener la razón.
También: a veces lloro por las noches.
Y esto: soy un obseso del sexo.
Y esto: le temo a la soledad.
Y esto: me río de mí mismo y de mi temor a la soledad y la importancia que le doy al sexo.
Pero: sigo temiendo.
Lo que debes hacer, me dijo mi amiga, es dejar de buscar. Cada vez que puedo, la toco. Es una fuerza muy grande la que me mueve, casi una necesidad, cuando estoy con ella, a tocarla. Es un sentimiento suave y agradable, placentero, pacífico y conciliador. Sus sonrisas envueltas en niebla, también lo son. Evidentemente aún no estoy listo para dejar de buscar. Me imagino que se necesita una especie de desesperación, de desesperanza, de anulación. Volverme una especie de zombie anodino.
Planeo escribir un cuento que lleve el título "La noche de los muertos vivientes", trataría sobre la resurrección de Jesucristo.
He soñado mucho últimamente. Me gustaría ir a fiestas.
Esto también se me pasará.
Hoy, después de desayunar con mi padre, fui a la peluquería y escuché una conversación entre un peluquero y uno de los clientes. Hablaron mucho tiempo sobre los Rolls Royce. Mientras hablaban yo procuraba poner atención a lo que decían porque más tarde, pensé, le hablaría a alguien sobre esta conversación. Yo nunca hablo con mis peluqueros. Procuro no discutir con personas que manejan instrumentos punzocortantes.
Amo.
Cultivo esperanzas.
Las riego con fracasos.
Me masturbo.
Mucho.

Sunday, November 07, 2004

Listas

A continuación una lista de algunas palabras cuyo significado fingía conocer y que no fue hasta hace poco que lo supe.

1. Chabola --choza, casa pequeña, "chabolismo".
2. Tropo --sinécdoque o metonimia (o metáfora) en cualquiera de sus variantes.
3. Bulo --noticia falsa propagada con un fin específico.
4. Erinia --pinzas.
5. Proscenio --escenario, o la parte frontal de un escenario.
6. Oleaginosas --es adjetivo, aceitosas podría decirse también.
7. Lipotimia --algo así como un desmayo, en todo caso, la pérdida del sentido y del movimiento repentino.
8. Lasitud --falta de fuerzas.
9. Pleitesía --sometimiento o una muestra reverencial de cortesía.
10. Pletórico, que es como me siento ahora y la mayor parte de las veces que me siento vivo.

Friday, November 05, 2004

Ciclismo

Hace tiempo cené con una amiga, con mi amiga, con la única amiga, en un restaurante japonés. Era un restaurante muy pintoresco, decorado con ilustraciones de personajes de manga japonés y en el baño, sí, con soft hentai muy provocativo. Cuando salimos del restaurante, dimos una vuelta en auto por el paseo Reforma y nos topamos con un hotel, un hotel muy bonito que se llama Emporio. ¿Viste ese hotel?, me preguntó. ¿Qué hotel?, le dije. Ese de allá, me dijo. No. No lo había visto, así que di una vuelta en u, prohibida, a toda velocidad. Si a ella le gustaba un hotel, habríamos de ir a ver ese hotel. Era de noche y estábamos riendo. En el fondo, quizá influido por películas de hollywood o libros malos de norteamericanos tontos, esperaba que nos fuéramos quedar ahí. Esperaba entrar y pedir una habitación, sostenerle la manos mientras subíamos a nuestra habitación, abrir la puerta y encender la luz. Pero, por supuesto, no ibamos a pasar la noche juntos, en el hotel Emporio, sólo nos estacionaríamos un momento fuera, lo veríamos, esos ventanales enormes, los candelabros y los muebles de madera, y concluiríamos, en efecto, que el hotel estaba bonito.
Es extraño, esto de mis esperanzas. A pesar de tenerlas, sé que no se realizarán.
Hoy, al menos medio año después, volví al hotel Emporio, pero muy temprano por la mañana. Recogí al profesor Volpi, el gran filósofo italiano, y lo llevé a la universidad Panamericana, donde trabajo y donde él daría una conferencia. ¿Sobre qué? No lo sé. En el auto platicamos un buen rato sobre Hegel --esa montaña que no puedes mover, dijo-- sobre Heidegger, Cioran --me contó algunos chismes curiosos sobre la inauntenticidad de Cioran, sobre su moral pequeño burguesa-- y Kundera, a quien pronto conocerá. La próxima semana, dijo. Sobre Kundera me dijo algo acerca de su francés inferior y esa extraña decisión de Kundera de escribir en francés. Me hizo pensar en Beckett. Le dije algo sobre Beckett y luego sobre Steiner y estuve a punto de preguntarle sobre Houellebecq.
Pero no lo hice.
A Volpi yo no lo conocía. Sólo de vista. Y es un gran tipo. Un buen tipo. Es gracioso, también. Hace poco conocí a otra persona que conoció a Houellebecq. "Es una diva", me dijo. Son personas, éstas. Y están en el mundo. Viven. Apestan, de vez en cuando. Sin embargo, todas me parecen lejanas, envueltas en una niebla.
Es extraño.
Rodrigo y yo estuvimos envueltos en una niebla. Pedaleamos un rato, era temprano por la mañana, y más adelante en el camino nos encontramos con el cadáver de una vaca. Apestaba y estaba hinchada. Detrás, donde debería estar su culo, había un agujero del tamaño de un balón de fútbol soccer. A Volpi, Franco Volpi, le interesaba saber si a mí me gustaba el soccer. Casi un deporte nacional, ¿no?, me preguntó, con su marcado acento. Sí, casi un deporte nacional, le contesté, comenzando a hablar como él. No sé por qué me pasa eso. No, le dije, a mí gustar el ciclismo de montaña.
"Oooooh, ciclismo de montaña. Deporrrrte muy completo, ¿no?"
"Deporte muy completo, sí."
Rodrigo, uno de mis grandes amigos ciclistas, también conoce de vista y oídas a Volpi. Lo imita a la perfección. Bajamos a toda velocidad por una vereda, rumbo a Cuernavaca, hace unas semanas, y con un perfecto acento germano-italiano, grita: "¡Shiopenagüer divisó el inconsio!" Escucho esto y el metal de nuestras bicicletas zumbando en el aire. Estamos vivos y estamos felices, casi no pensamos en la filosofía, mientras pedaleamos cuestabajo. Pensamos en nuestra mortalidad.
Estamos nerviosos, por supuesto.
En una de las bolsas de la mochila que llevo sobre la espalda, además de cámaras de neumático de respuesto, herramiento, granola y gatorade, llevo un pequeño librito. Se titula Sobre el sentimiento de inmortalidad en la juventud. Es mi talismán. Necesito un talismán. Porque temo.
Estamos solos en el bosque y yo no llevo guantes ni casco (los olvidé, estúpidamente, en la camioneta del amigo que nos hizo el favor de subirnos al Ajusco, nuestro punto de partida) así que temo, cada vez que me caigo, quebrame el craneo.
Mis manos, hacia el final del recorrido descendente de cuatro horas, están deshechas. Aún dos días después haría una pequeña mueca de dolor, cada vez que cerrara el puño.
Pero este no es el temor que nos asalta, no. Es otra cosa, está en el aire. Fue hace un par de semanas, tengan eso en cuenta. Y el día de muertos era próximo. A pesar de que no podíamos ver la luna a esa hora de la mañana, era como si estuviera ahí, llena y naranja, como las lunas de los últimos días de octubre. Era un ambiente lúgubre.
Hay una pintura, de Victor Calderón. O Miguel Calderón. Creo que es Miguel. La pintura representa a una banda de hermanos, montados sobre cuatrimotos, con el pecho desnudo y la cara cubierta con máscaras de Halloween. Son máscaras de gorilas y monstruos. La pintura, decía Calderón, estaba inspirada en una noticia que escuchó hace tiempo, de un grupo de hermanos que violaban a las mujeres y los hombres que se aventuraban a caminar demasiado dentro de los bosques del Ajusco.
Pues bien, eso está en mi cabeza mientras pedaleamos en el bosque.
Y otra cosa: un zombie con una sierra eléctrica, estoy casi seguro, aparecerá detrás del siguiente árbol.
De la siguiente curva.
En el siguiente valle.
En la siguiente colina.
Detrás de esa roca.
También vimos un gato negro, sentado a la mitad de una vereda. Antes de que llegáramos hasta él, se levantó y caminó hasta desaparecer entre la hierba. Sobre nuestras cabezas, metros arriba, había águilas volando. Parecían zopilotes. Pero no hay zopilotes en el Ajusco, ¿cierto? Oh. No lo sé. Parecían águilas.

Wednesday, October 20, 2004

Habitación

El peligro de escribir existe. Uno puede perder la cabeza. Es un peligro solitario. Escribir es algo solitario. Vivir es solitario. Pensar es solitario.
Vi Scanners hace poco, una película de Cronenberg que no había visto nunca pero de la que siempre había escuchado referencias. La vi un día después de que me diera cuenta de que las águilas habían regresado a mi fraccionamiento, un par de árboles más allá de donde anidaron la vez anterior. En la película hay una escena donde un telépata provoca la explosión de la cabeza de otro telépata. Es un gran efecto especial. Explota como un huevo en microondas.
Otra escena: Un hombre, un telépata, uno de los "scanners", es amarrado a una cama y es observado. Después: poco a poco un grupo de estudiantes entran al cuarto donde está la cama y lo rodean y observan. Escuchamos el interior de su cabeza, donde se escucha el interior de sus cabezas: un ruido que ensordece y va creciendo, los pensamientos de los demás. En su cabeza.
A veces deseo tener ese poder, saber lo que los demás están pensando. Me hago creer que sería un arma maravillosa para seducir, como en What women want, donde actúa Mel Gibson (algo increíble de esa película: ¿necestia Mel Gibson más armas para seducir?). Y después pienso, claro. Me pongo a pensar al respecto. Sobre el qué pasaría si no pudiera detener el flujo de pensamiento de los demás (como cuando Supermán, en un cómic que leí alguna vez, era sujeto a sus superpoderes que habían crecido en desmedida; su superoído hacía que escuchara todo, sus rayos equis le impedían ver, le costaba trabajo no usar su visión de calor; en fin, un desastre).
Si nuestra cabeza fuera usurpada, si los pensamientos de alguien más nos ocuparan, si un escritor escribiera por nosotros, si un amante amara por nosotros, si viviéramos a través de otro, ¿cómo nos desarrollaríamos? ¿Cómo escucharíamos nuestra propia voz? ¿Valdría la pena?
Hay otra escena en la película donde las venas de un hombre se abren, y sale mucha, mucha sangre. Hay otra película de Cronenberg que se llama Los usurpadores de cuerpos. Y otra que se llama Videodromo donde un hombre es poseído por un video que vive y respira y es orgánico. Es la primera película de Cronenberg que vi y que recuerdo vagamente. Nunca me gustó su versión de Los usurpadores de cuerpos y La mosca siempre me ha aburrido. De la primera existe otra versión donde actúa Gabrielle Anwar, la chica que baila con Al Pacino en perfume de mujer. Estuve mucho tiempo enamorado de ella porque se parecía, o al menos eso creía yo, a una niña que me gustaba.
Me pasó lo mismo con la actriz que salía en Carlito's way, donde también actuó Al Pacino.
Las águilas... en realidad sólo he visto a una de ellas. Subí al techo de mi casa con un par de binoculares y observé. Tiene el pico muy amarillo, como las garras. Y es café. A las otras águilas sólo pude escucharlas. Estoy pensando en amaestrarla. ¿Comerán pollo crudo? Puedo poner tiras de pollo crudo en el techo de mi casa y esperar a que lo coman. Podría hacer eso, sí.

Wednesday, October 13, 2004

Segundo

2
El segundo viaje que hice con mi amigo Julián fue a Veracruz. Antes hubo otros, pero no eran lo mismo, no se sentían viajes. Trataré de explicarlo y después de un rato me daré por vencido porque es difícil, esto, pues en estricto sentido no hay diferencia entre los viajes viajes y los viajes no tan viajes. Nos desplazamos, fuera de la Ciudad, para empezar. Y sabemos que vamos a regresar. Quizá todo se deba a la extensión del viaje, lo cual es un poco tonto. Hemos ido a Valle de Bravo, un par de veces (donde vi por primera vez lo violento y paranoico que podía ser Julián) y a... ¿a dónde más? Creo que eso es todo. Hemos ido al centro de la ciudad, lo cual constituyó una especie de tour Bolaño. Pero eso es muy tonto y demasiado "chiste interno", así que no hablaré al respecto.
Quizá simplemente debería dejar de hablar sobre Julián y los viajes. Quizá debería hablar sobre Adriana, mi gran amiga. A Julián le platico sobre Adriana. A Adriana le platico sobre Julián. De vez en cuando les platico sobre otras personas, cuyo nombre no me atrevo a poner aquí, pues soy ese tipo de personas, las que tienen demasiada conciencia sobre las cosas que hacen.
Ah, qué más da. Todo sea por la idea, la idea original: Julián estaba en Mérida trabajando para un periódico de nota roja. Como en Mérida no pasa nada, Julián se veía forzado, de vez en cuando, a inventarse las historias que aparecían en la nota roja. Lo más interesante que le pasó, parece ser, fue una entrevista que sostuvo con la Señora de las Palomas, una indigente que alimentaba a las palomas en una plaza. Trabajo estimulante.
Así que decidió regresar a la ciudad de México para, primero, titularse y después, buscar trabajo. El viaje de Mérida a la ciudad, en camión, es largo y tedioso y necesita de paradas técnicas. Una de ellas fue en Veracruz, donde lo encontramos una amiga, un amigo y yo. Fuimos muy felices, todos, al vernos. Y hacía calor. Y fuimos a un hotel barato y dormimos en un cuarto y dormí con un amigo que hablaba por las noches. La primera vez que lo escuché temí. Creí que me iba a golpear, que era ese tipo de sonámbulos. La segunda noche, también.
Las playas de Veracruz son horribles y huelen a caño.
Enfermé del estómago, un día, y pasé mucho tiempo encerrado en el hotel, durmiendo, leyendo Bajo el volcán, y defecando. Podría hacer un recuento de mis viajes a través de mis malestares estomacales. Tuve un accidente, una tarde lluviosa, en el bosque que está entre Toluca y Valle de Bravo. Iba manejando, un amigo iba dormido, a mi lado, cuando comencé a sentirlo. Mis quejidos despertaron a mi amigo y cuando lo hizo me detuve a orillas de la carretera, en una curva. Bajé una vereda enlodada hasta adentrarme en el bosque, caminé un poco entre los árboles, me senté y dejé que todo saliera, mientras la lluvia creaba lodo y más lodo. Dejé ahí mis calzones.
Hice lo mismo en un hotel de Zurich, era temprano. Bajé del camión después de desayunar una pera y agua gaseosa, combinación mortal. Apenas puse un pie sobre las prístinas calles de Zurich, que lo sentí. Lo sentí fuera. Me acerqué a mi amigo (curiosamente, el mismo amigo de la carretera de Valle de Bravo/Toluca) y le dije: "Necesito ir a un hotel". Anduve el resto del día caminando por las calles de Zurich sin más barrera entre mi, er, "hombría" y el mundo, que unos jeans que terminaron por rozarme.
Existen cosas sobre las que tenemos control.
Y éstas.
Hace tiempo decidí que viajar es cada vez más difícil, si lo que se busca es un cambio de escenario. Michel Houellebecq decía que el mundo se parecía cada vez más a un aeropuerto. En fin, que la amistad es una gran cosa. Pero más la desesperanza. Y esto no es triste. La esperanza, en cambio, lo es, un movimiento positivo, y que fácilmente se frustra, el sentimiento que menos nos pertenece. La desesperanza es neutro y frío y estable, como el linóleo, como el cuarzo, como las rocas, como las muelas.

Tuesday, October 12, 2004

Primero


1
Primero fue Cholula, cerca de Puebla. Fui con mi gran amigo Julián. Tomamos un camión en la central TAPO, donde, me dijo Julián, era peligroso. Su padre le había advertido sobre tomar el metro o los camiones en esa central demasiado tarde, pues había bandas zucutucu. Dudo que su padre haya dicho precisamente eso, pero entendí lo que quería decir. Tomamos un camión rumbo a Cholula un poco antes de que comenzara a atardecer.
Ambos éramos estudiantes e hicimos el viaje porque estábamos un poco hartos de ser estudiantes. ¿Por qué a Cholula? La razón principal era que ahí vivía su amigo Memo. Su otro amigo Memo. Lo conoce desde que eran chicos, cuando ambos vivían en Mérida. La otra razón era que en Cholula había un buen ambiente, por la universidad Iberoamericana, que tiene sede ahí. O cerca de ahí. Un ambiente, podría decirse, estudiantil. Llegamos de noche, cansados.
Tomamos un taxi y nos perdimos. El taxi nos dejó en un restaurante de pitas. Comimos pitas. Yo me enchilé. Tomamos otro taxi después de habernos contactado con Memo, a quien yo aún no conocía. Antes de verlo nos dirigimos a otro lugar, el bar de unos amigos de Julián. Había mucha gente y era de noche y aún cargábamos con nuestro equipaje. Me apodaron "El valijas".
Había mucha luz y mucha juventud y mucho alcohol. Estábamos felices, estábamos trabajando duro para ser felices, caminando en la noche entre las calles de Cholula, de fiesta en fiesta. (Recapitulando) Anocheció en el camino, llegamos, cenamos, fuimos al bar de los amigos de Julián, conocí a sus amigos, bebimos, me apodaron "El valijas", bebimos más, conocí a su amigo Memo, (y luego), fuimos a otro bar, a una especie de bar, un lugar donde tocaban surf y usaban máscaras de luchadores, regresamos al bar de sus amigos, cenamos más, fuimos a una fiesta donde tocaron más surf, y luego pusieron música electrónica, y donde bebimos más y brincamos más y nos quedamos hasta el final. Alguien, un borracho, me empezó a bailar enfrente mientras se quitaba la camisa. Le parecía sexy. Pero era triste y desesperado.
Al día siguiente: nos despertamos y sentimos la cruda. Despertamos donde dormía Memo. Me bañé con agua fría. Sentí mi dolor. Nos despavilamos. Salimos. Comimos quesadillas, cerca de unas vías del tren. Después caminamos por las vías del tren y el cielo era azul y había maleza. Caminamos hasta llegar a un "Buffete de ejecutivos", que era una pulquería. Probé el pulque y sentí mucho, mucho asco. Después lo probé con refresco Yoli y volví a sentir asco. Después espanté las moscas del vaso y me limpié la baba y volví a sentir asco. En el local había un par de muchachos que usaban chamarras de cuero y uno de ellos tenía una suástica bordada en la parte trasera. También había una niña guapa con una persona que parecía un poeta campesino, ambos platicaban con otra persona que también parecía campesino, pero no poeta. Estuve viéndolos un buen rato, mientras platicaban sobre política y el bajío y agronomía y las costumbres. El poeta campesino salió de la pulquería un momento y cuando regresó, casi de inmediato, se tambaleaba de borracho. Es una de las cosas más extrañas que he visto en mi vida.
En el baño de la pulquería había huellas de lodo o mierda en la pared.
Esa noche seguimos bebiendo y compramos unas películas piratas. Nos acompañaba un amigo de Memo que tenía una extraña y tonta obsesión por la muerte. Mientras comprábamos las películas le pidió a uno de los vendedores que le pusiera una película donde mostraban muertes filmadas por azar. Era muy violenta. Después de un rato cerré los ojos y guardé silencio mientras caminábamos, alejándonos del local, a un lado de un mercado, pensando en qué decir, pensando en la violencia y preguntándome si habría muchas ratas en aquél mercado. Había una montaña de desperdicios del día y se la estaban llevando en un camión de basura.
Llegando al departamento de Memo cenamos y bebimos más y esperamos a que llegara otro amigo de él con su novia y unas amigas. Cuando llegaron vimos a la novia y a las amigas y pensé que nunca conocería el amor y sentí tristeza y también asco porque las niñas eran espantosas. Después me dio risa eso de que "nunca conocería el amor" y después pensé que yo era un poco tonto. Bebí más y más y más y seguramente vomité, en algún momento, pero no lo recuerdo. No dormí esa noche. Vi la película y Julián me golpeó en la cabeza, con su cabeza, y sentí cómo me dolían y se movían mis dientes. Estaba amaneciendo.
Creo que nos fuimos ese mismo día y dormimos en el camión. Unos días más tarde ambos acordamos en que la pasamos bien y que deberíamos repetirlo.

Thursday, October 07, 2004

Prudencia

En una ocasión le dije a una niña que se veía muy elegante y que estaba muy guapa. Llevaba un top negro, unos apretados pantalones negros, y unos aretes. Generalmente no me fijo en los aretes, pero aquellos aretes eran delgados y terminaban en un bola brillante. Me gustó cómo colgaban de sus lóbulos, unos pequeñísimos lóbulos en unas pequeñísimas orejas. Estábamos en una fiesta y apenas empezaba a conocerla. Era un par de años mayor que yo y en efecto, aquella noche se veía muy guapa. Me preguntó, molesta, si me estaba burlando de ella.
Hay un problema con mi voz. Esto nunca lo sabrán las personas que sólo me leen y que no me han escuchado hablar; pero no puedo abandonar un tono sarcástico, cuando hablo. Esto es un problema, particularmente cuando halago a una persona. A aquella niña le dije inmediatamente que no me estaba burlando de ella, lo dije con verdad, pero creo que no la convencí del todo. Mi voz no es verosímil. Estábamos platicando junto a una mesa de plástico donde una pizza fría descansaba en su caja de cartón, abierta. Ella me dio la espalda, molesta, y yo me quedé viendo la pizza y sentí hambre y luego asco. Después, me llegaron unas incontrolables ganas de abrazarla y pedirle disculpas si la había hecho sentir mal, así que balbuceé algo sobre tener que ir al baño y me alejé con rapidez. Verán, me conozco.
Tengo otro problema: no sé acariciar a las personas. No sé hacer "cariñitos". Y me encantaría. Cuando quiero demostrarle mi cariño a una niña, le paso un dedo por el tabique de la nariz, o le doy pequeños golpecitos sobre la cara, con la mano abierta, como si estuviera votando un balón de basketball. En otras ocasiones, les toco el estómago, se los palpo. Si tienes cicatrices, toco sus cicatrices, siento el desnivel de las hendiduras en la carne, con un dedo. Pero cuando lo hago me siento más tratando de demostrar algo, como el apostol incrédulo, que demostrando algo. Y sufro por esto.
Pero también ya he reconocido mis fallas. Y cada vez toco menos a las personas, y digo menos cumplidos, pues sé que no importa lo que haga, saldrán mal, de mi boca. Deberían dar clases de este tipo de cosas, así como dan clases de baile y tango.
Por otro lado, nunca he ido a una clase de tango.

Tuesday, October 05, 2004

Todo se conecta con todo se conecta

En una ocasión el papá de un amigo nos enseñó a calibrar la tensión de las cadenas de las bicicletas que usamos para andar en la montaña. Nos dijo que era una técnica alemana aprendida en Chihuahua. Se la enseñó un francés.
Hoy cené en un restuarante japonés, aquí, en México, donde cocinó un chef que se llama Israel.
Tengo un amigo que se llama Israel.
Cristo Israel.
En una ocasión un profesor, que se llama Luis Xavier, y al que le dicen Piú, recibió un mensaje de una de las secretarias de la facultad de filosofía donde estudié.
"Piú, te llamó Cristo".
Piú puso cara de asustado.
"¿Cristo?"
"Sí."
"Vaya, siempre me llama gente importante".
En realidad Cristo Israel no se llama Cristo Israel, sino Khristo Israel. Creo que el nombre es de origen griego.
Esta suposición está fundada en las conjeturas de otro amigo, que se llama Jesus.
Durante la cena uno de los meceros que atendían en el restaurante nos preguntó, a mí y a mi familia, si queríamos usar baberos. Señalando a mi hermana, le dije: "No. Sólo a la babosa de allá". Al mesero le dio risa. A mi hermana también.
Hoy estuve muy ocurrente.
Mientras comíamos lo que Israel nos preparaba en el tepayanki, espié a una mesa vecina, llena de argentinas. Adoro a las argentinas.
Más tarde el mesero de los baberos regresó para preguntarle a mi hermana si ya había terminado y si podía retirarle el plato. Mi hermana estaba en la baba y no le puso atención. Le dije al mesero: "Sí, retírela. Llévesela de aquí." Volvió a parecerle gracioso. Aparentemente, soy gracioso.
Antes de que todo esto sucediera, me gustaría decir, antes de finalizar, que cuando llegué al restaurante, ya me estaban esperando. Dejé mi automóvil alemán en manos de un valet mexicano y entré al restaurente japonés. Me paré frente a la recepcionista y le dije: "Buenas noches. ¿Familia Núñez?" La recepcionista era muy guapa, pelo negro, alta, labios gruesos.
Pero no me escuchó. Tenía la cabeza ladeada y veía unos centímetros a mi izquierda. Tenía cara de estar muy concentrada en algo que estaba mucho más allá, detrás de mí. El capitán de los meseros estaba parado a su izquierda. Lo miré, casi pidiendo ayuda. Me miró. Miró a la recepcionista, a la hostess, y de nuevo a mí. Sonreímos.
"Buenas noches, ¿familia Núñez?", insistí.
Fue cuando finalmente quebré su concentración. Me miró con atención, con unos ojos verdes y enormes que me iban a tragar, y abrió la boca. Me dijo: "Hola. Buenas noches. ¿En qué puedo servirle?"
El capitán me acompañó a mi mesa. Detrás de mí había un espejo.

Sunday, October 03, 2004

Inicios de octubre

Ya no hay águilas en el fraccionamiento donde vivo, se han ido. Creo que es por las lluvias. En realidad no pienso mucho al respecto.
Estoy triste, pero también sé que pronto se me pasará. No estoy del todo en el hoyo.
No estoy triste porque se hayan ido las águilas del fraccionamiento.
Es una gran plegaria, una oración que deberíamos de tener en cuenta, la que retoma Cristo en la cruz, de los salmos (¿es de los salmos?): "Dios, ¿por qué me has abandonado?"
Leopardi decía: "Soy tímido con las mujeres, luego Dios no existe".
Un amigo decía: "Cada perro callejero es una demostración de la inexistencia de Dios".
¿Es tan grave que Dios no exista? ¿Nos vamos a sentir menos solos con su existencia?
Ratzinger tenía razón. Todo esto es muy estudiantil, muy puberto. Muy estúpido.
Quizá las águilas, que no simbolizan nada, se fueron porque sus aguiluchos finalmente aprendieron a volar.

Friday, October 01, 2004

La vida en el campo

Hoy llegué a casa, cansado. Saqué un cartón de leche del refrigerador, una caja de cereal de la alacena y un plato hondo del lugar donde se guardan los platos hondos en mi casa. Me senté a cenar, ya era tarde, y comencé a vertir la leche en el plato, sobre el cereal. Algo muy sencillo. Algo cómodo, esto del cereal con leche. Una de las cosas en las que uno puede confiar. No hay frustración ni decepción, en esto. No es como el amor ni las esperanzas. Tomas tu cuchara, la metes en la leche, la sacas, la metes en tu boca y pruebas la leche agria. Digo, no es tan grave, sólo es leche agria, pasada, caduca. Todo lo material caduca, se echa a perder. ¿Es esto grave? Puede ser molesto, después de un día de trabajo, después de una vida de confianza plena en las comodidas de la vida citadina (no es que como si tuviera que salir a ordeñar más vacas o a matar gallinas); pero no es grave.
Tengo varios granos en la cara. El otro día una amiga me tocó uno de ellos y me dijo: "Memo, tienes un grano". Ahora voy a hablar de mis obsesiones, las intentaré agotar. "Sí", le dije. Y luego ella se vio un pequeño grano que tenía en la frente y se lo exprimió frente al espejo de vanidad del asiento del copiloto. Después me platicó de la última vez que le dio diarrea. Después me puse a pensar en que alguna vez estuve perdidamente enamorado de ella. Así son las cosas. Voy a contar mis granos, ahora: uno en la frente, otro sobre el labio (es pequeño), una espinilla en la barbilla, y un gran grano en el cachete. Ese fue el que tocó mi amiga. Empujó mi cachete, hundió su dedo en mi piel, y me dijo: "Memo, tienes un grano", con una voz de familiaridad. En otra ocasión me dijo: "Estás obsesionado".
Con ella, quería decir.
Hoy vi una exposición de obras de arte contemporáneo en el Estado de México. Había una obra que se llamaba Coreografía de una infección, que a primera vista parecía un arrecife hecho de pedazos de popotes cortados y pegados de manera que parecieran esponjas marinas. También vi pinturas de Marcel Dzama, uno de mis pintores favoritos, que conjuga el mundo infantil con lo macabro, y me emocioné.
En la misma exposición, vi muchas estudiantes universitarias a las que no me atreví abordar. "Hola, ¿sabes quién es Marcel Dzama? Es un gran pinto. Mira. Ven. Conmigo."
Creo que no es tan buena idea escribir sólo por escribir, continuamente. La vida en el campo ha de ser menos complicada porque no hay tiempo para estas cosas. Sólo quiero una mujer, esa es la verdad, a secas. Algo en lo que pueda vaciarme, es la terrible verdad, ya no tan a secas.
Hay cabras, en el campo.

Thursday, September 30, 2004

Carta de agradecimiento

Querido Roberto Bolaño,

Esta es una carta de agradecimiento. Gracias. Si un día de estos se puede contactar con el señor Vila Matas, también dígale que gracias. Sé que no los conoce, pero quizá ahora pueda hacer algo al respecto y mandarles el mismo mensaje tanto a Dave Eggers como a Michel Houellebecq. Son buenas personas. Bueno, de Houellebecq no estoy tan seguro, pero han hecho algo bueno, con sus manos y sus cabezas.
Quizá esto no sea tan buena idea, después de todo. ¿Ha leído usted La mano del mono, de Poe? Imagínese, Bolaño Zombie, Dios nos libre.
El caso es: gracias por la literatura y por la valentía y por sus pensamientos y su pregunta, ¿quién es el valiente?, es una buena pregunta, una de esas preguntas que invitan y gracias por la propuesta de aventarse al vacío con los ojos abiertos, nos faltaba un poco de dirección, me faltaba un poco de dirección, ahora sé qué hacer con mis obsesiones, cómo agotarlas y deshacerlas sin necesidad de sublimarlas o hacer de ellas un paracaidista que baja cantando tirolés, sino un paracaidista que baje sin paracaidas, o ya de plano, envuelto en llamas. Gracias, de verdad gracias por esto, gracias por invitarme a buscar a lo que le temo e invitar a los demás a temerle a lo mismo. Gracias por el vacío y por no buscar la respetabilidad.
Es una verdadera lástima que usted ya no esté entre nosotros.
Es una lástima que nunca me atreví a escribirle en vida.
O que nunca se me ocurrió.
Si usted siguiera vivo, ¿lo daría por sentado? Seguramente. Perdón por eso, y gracias por aquello.

Wednesday, September 29, 2004

Miércoles 29 de septiembre

Un poco más sobre mi cotidianeidad: Subo a la planta alta de mi casa, después de comer. Prendo la televisión. Pasan una película con Brad Pitt y Anthony Hopkins. La he visto. Brad Pitt es la muerte y está vacacionando a expensas de Hopkins, que está a punto de morir. Su hija se enamora de Brad Pitt. Todo mundo se enamora de Brad Pitt. Una de mis hermanas se sienta a ver la película y yo me levanto porque me siento, ¿cómo me siento? Me siento cansado y triste. Así que me levanto y camino hasta la terraza pero no salgo, sólo me paro frente a la puerta de cristal que da a la terraza. Parece que pronto lloverá. Y estoy pensando en que pronto lloverá cuando mi vecina, cuya casa da justo frente a la mía, abre las persianas de su ventana y ve hacia afuera. Se arregla su cabello, con ambos codos al aire, como lo hacen las mujeres, en un gesto de completa despreocupación. Nos vemos y estoy a punto de saludarla, pero prefiero alejarme de la terraza. No quiero que piense que la estoy espiando.
Hace unos días mi vecina se asomó por la ventana para saludar a una amiga suya que llegaba al fraccionamiento donde vivimos, para visitarla. Desde la ventana además de saludarla le preguntó si había visto ya las águilas. Como su amiga no entendió, volvió a preguntarle, ahora gritando: "¿Ya viste las águilas? Están arriba de aquél árbol." Pero su amiga no las vio.
Yo fui el que le dijo a mi vecina que ahora había un nido de águilas en uno de los árboles del fraccionamiento. No le he contado, en cambio, que a veces las águilas toman a sus aguiluchos con sus picos o con sus garras y los arrojan al adoquinado de la privada, metros abajo. Me costó trabajo hacerle creer que había águilas en nuestra privada. Y creo que no me creyó hasta que unos días después de que se lo conté, las escuchó.
Hace unos cuantos años, digamos que unos seis o siete años, cuando me acostaba en mi cuarto e intentaba dormir, podía escuchar a lo lejos un tren. El silbido de un tren. Creo que no hay nada más literario que un tren. Lo escuchaba y me preguntaba qué tan lejos estaba aquél tren y dónde estaba porque eso de escuchar el silbido de un tren en la ciudad de México, particularmente en el sur de la ciudad de México, cada vez me parece más extraño. Asi que bien, lo escuchaba y luego me dormía. Fin de la anécdota.
Otro sonido nocturno que me desconcierta es el maullido de los gatos. Suenan como niños pequeños, recién nacidos, berreando o siendo estrangulados. Es un sonido terrible y espero no volverlo a escuchar jamás.
En una ocasión, mientras caminaba en la universidad hacia una clase (entonces era estudiante; ahora trabajo en la misma universidad; esta es mi vida y poco a poco comienzo a desear otro tipo de vida), me cayó un gato encima. Era un gato blanco y era pequeño, un cachorro. El amigo con el que platicaba mientras nos dirigíamos a clase, se rió de mí. Mucho. A algunas personas les cae caca de pájaro en la cabeza o en su carpeta, mientras esperan o piensan o se detienen bajo un árbol. A mí me caen gatos encima. Son cosas que pasan.
Consideré levantarlo y aventarlo de nuevo sobre el arco del cual había caído, pero pensé que debido a la torpeza con la que generalmente me desenvuelvo, fallaría y volvería a caer sobre el suelo. El animal no parecía estar lastimado, sólo un poco aturdido, y no quería causarle un daño mayor. Pensé que más tarde su mamá-gata lo recogería. El gato comenzó a maullar, pero no como los gatos que a veces escucho durante las noches, en la oscuridad de mi cuarto, sino como los gatos de los anuncios. Miau. Así. Simple. Sencillo. Pequeño. Indefenso. Quizá esté muerto.
Hay vida. La vida continua. Luego se detiene. Y en medio filosofamos y nos sentimos un poco inútiles, a veces, o simplemente no pensamos al respecto; o pensamos al respecto pero no nos parece tan grave. Comenzamos a identificar la imagen terrible que tenemos sobre la muerte con la imagen terrible que tenemos sobre Brad Pitt y todo se vuelve un poco más.
Un poco más. Dejémoslo ahí.

Tuesday, September 28, 2004

Los Celos

Hay un cuento de Quim Monzó que se titula Los celos y que no tiene nada que ver con lo que contaré a continuación. Muy probablemente lo que relataré a continuación no tenga nada que ver con nada, ni con los celos ni con alguna gasolinera perdida en Veracruz. Quizá sea conveniente (¿para qué o para quién?) cambiar el título del presente texto.
Ay, pero no lo haré.
La pereza.
Exactamente qué es lo que uno desea de los demás, no lo sé. Pero siempre es algo. Me pregunto si habrá manera de vivir absolutamente solo, de ser una voz en la que no exista una referencia a otro, nunca. Un hombre en una cabaña, siemre imagino así la soledad, que mucho después de enfermarse de fiebre o de vomitar de tanto estar deprimido, finalmente, comience a contar algo, el paso del tiempo. Una voz en la oscuridad. Un hombre que no se sienta a escribir ni abre la boca para poderse escuchar, sólo una voz en la oscuridad. En su cabeza. Esta voz no es la de una persona que busca una computadora en un ciber café o en el centro de cómputo de su universidad, una computadora sola pero conectada a la red, no la busca ni se sienta junto a una chica que probablemente estudia derecho y odia a su insistente compañero que le pide ayuda en una tarea. Esta voz en la oscuridad no espía a lo lejos, estanterías más allá, a estudiantes de filosofía ni a mujeres con las que alguna vez ha hablado, pero ya no, porque es demasiado tímido. Quizá esa voz que imagino a veces escucha el pasar del viento, afuera de su cabaña en la montaña, el ulular de las lechuzas (cuando pienso en la soledad también imagino lechuzas; nunca águilas, extrañamente) y se siente lejos de todo, y se sabe lejos de todo, y comienza a temblar. Y este es el peor mal que sufre, ni un dolor de muelas, ni demasiada hambre, sólo un ligerísimo temor. No desea a una niña que salta hacia una computadora, así que no sufre por eso, ni desea tener una pareja, como las que tienen otras personas, en ese ciber café, o ese centro de cómputo de la universidad, no desea discutir Aristóteles ni las distintas categorías kantianas.

Ahora, me pregunto: Si esa voz solitaria estuviera ahí, en ese ciber café, o en esa universidad, y viera a una señorita vestida con una chamarra rosa, ¿se le acercaría? ¿Le preguntaría su nombre? ¿Le diría que hace unas semanas, antes de que ella entrara al primer semestre de filosofía, la vio comer en un restaurante de mariscos con su familia?

Sí, lo haría.

Esto es lo que haría. Cesaría actividades. Aunque fuera un correo electrónico a su hermana que está a punto de casarse, aunque fuera una actualización a su blog en internet, se detendría y se pararía y caminaría hasta ella. Se aclararía la garganta y no, eso no haría, no se aclararía la garganta, la garganta la tendría clara y su voz se escucharía clara y distinta. Le diría: "Hola, te he visto por aquí. Por la universidad. ¿Estás en primer semestre, verdad?" Y ella voltearía a verlo y le contestaría que sí, y le preguntaría su nombre. No. No se lo preguntaría. Porque ya lo sabría. Lo sabría porque hace unos días escuchó su nombre, en los pasillos de la facultad de filosofía. Así que ambos conocerían el nombre del otro. Y después, cuando le preguntara si quisiera algún día salir a tomar un café, ella lo vería y mediría por un momento y diría que sí, que con gusto. Y hablaría con verdad.

Pero esa voz no está aquí. Está en otra parte, en un bosque oscuro, y no sufre por las mujeres, ni escucha águilas.

Saturday, September 25, 2004

Relato de un día lleno de emociones y aventuras

En esta ocasión no se me ocurre nada precisamente ahora, generalmente tengo una idea vaga de cómo empezar o qué escribir, pero en esta ocasión tendré que regresar a ese truco de escribir un rato sin detenerme hasta que algo bueno salga. Generalmente esto no trae demasiados beneficios, o los beneficios son muy pocos comparados con el esfuerzo o la cantidad de estupideces que escriba justo antes de que consiga algo que me parezca bueno (cosa que, por otro lado, no es garantía de absolutamente nada). Me detendrá ahora para meditar este punto.

Hoy creí que iba a leer todo el día, pero no lo hice. Vi la televisión durante la gran parte del tiempo que estuve despierto. Intenté dormir un rato después de comer. Comí solo e intenté dormir solo. Es decir, me fui a la cama solo, pero no pude dormir. No quiero decir que haya intentado no dormir con alguien en específico, sino que después recordé que tenía que transcribir una entrevista a esta computadora. Así que no dormí. Cuando terminé lo que debía hacer, regresé a la sala de televisión y vi más televisión. Vi una película que ya había visto y a poco rato me aburrí.
Les cuento esto para que sepan cómo soy en la cotidianeidad. Como lo hace Vila Matas en su libro que es una novela que parece un diario. De la misma manera que dice Vila Matas que lo hiciera Gombrowicz, en su diario. Nada nuevo. Todo viejo. Siempre igual. Nada cambia.

Thursday, September 23, 2004

Epidermis

Estudié filosofía durante cuatro años. Los cursos que no se presentaban con un método apodíptico eran, en general, una revisión histórica y puntual de los pensadores más destacados y sus doctrinas. A estas exposiciones, yo reaccionaba. En ese sentido, todo era una constante solución de problemas o al menos una invitación a enfrentarse a los autores desde nuestro propio punto de vista. Nuestro propio punto de vista, el mío al menos, no era sino aferrarse a una postura y tomarlo todo desde ahí. Mi formación filosófica pretendía ser realista. Así que mi postura era realista. Así que enfrentaba las distintas corrientes filosóficas y sus revisiones desde una visión realista. Y era como ocupar cuerpos dormidos durante unas cuantas horas al día, ser un parásito de nueve a dos de la tarde. Y después, podía regresar a casa y leer un rato otras cosas que poco tenían que ver con la carrera. A la larga, tuve que llevarme esos cuerpos conmigo y ver todo a través de los ojos vidriosos de los cadáveres que ocupaba.
El cadáver que ocupo más a menudo es el de Aristóteles. Cuando me parece divertido, el de Heidegger. El de Hegel lo llegué a usar pero es un poco pesado y apesta a humedad. El de Kant no me queda, es un poco demasiado estrecho. Me aprieta en la cintura. El de Nietzsche lo uso sólo cuando salgo a beber con mis amigos, pero llama demasiado la atención. Cuando lo uso, igual que el de Kierkegäard, me siento una especie de fashion victim.
A Hannah Arendt la uso de cinturón, para sostenerme los pantalones.
A Steiner para vestir decentemente, lo mismo que a Tomás de Aquino.
Pero lo que más me gusta es encerrarme en mi cuarto y encuerarme, leyendo literatura. Esto no es ningún secreto, pero es cierto que así no puedo salir a la calle. Sería un poco bochornoso. Así, en cueros, no me duele la cabeza ni me siento responsable. Me siento vulnerable y un poco animal, así. Y cuando hago esto, me imagino que no hay escapatoria, que un ave de rapiña podría desgarrar mi piel, si quisiera. Que sufriré un poco más, especialmente cuando haga frío. Pero está bien. Tengo tiempo para perder. Al menos una vida. Debo irme. Tengo comezón y ganas de rascarme.

Listas

A continuación, un listado de las cosas que me duelen.

1. La espalda.
2. Una cortada que tengo en la barba.
3. La cabeza.
4. El pecho.
5. Los pies.

Ahora, un listado de las cosas que me huelen.

1. El pelo.
2. El dedo.
3. Las axilas.
4. Los pliegues de piel de donde desprendo sudor.
5. Los pies.

El par de niñas guapas que conozco, o mejor dicho, el par de niñas que me parecen guapas y que conozco, además son listas. Quizá más listas de lo que son guapas. Sin embargo, he conseguido hacerles creer que me gustan porque son guapas y no precisamente porque sean listas. También me gusta verlas correr. Pero esto sólo lo he visto un par de veces. En sus marcas. Listas. Fuera.

Dios, esto es terrible. Y tonto. Ahora, una lista sobre cosas tontas que he hecho:

1. Creer en la literatura.
2. No rascarme cuando tengo comezón.
3. No hacer actos valientes, pero sí desesperados.
4. Hacerle creer a las personas que soy inseguro.
5. Ser inseguro.
6. Olerme los pies.

Monday, September 20, 2004

Ahora hablaré un poco sobre las lecturas que hice el día de hoy. Terminé Bartleby y compañía de Enrique Vila Matas y empecé El mal de Montano. También empecé Mantra, de Rodrigo Fresán, pero no avancé tanto como en El mal de montano en el que, a la vez, no he conseguido avanzar tanto como lo hice con La montaña mágica, de Thomas Mann, que cada vez se me dificulta más. He disfrutado enormemente estas lecturas y provocan en mí unas ganas incontrolables de no querer escribir nunca más.
Pero me controlo.
Hago lo que puedo.
Lo que no puedo hacer, lo intento. Dos ejemplos: Vivo y me relaciono con las personas. De vez en cuando me enclaustro en mi casa y sueño con enclaustrarme en mi casa, pero en una casa que sea mía del todo, donde pueda leer tanto como leo aquí, sólo que solo, y mejor. Pasan días y escribo un poco y bebo agua y como y hablo con mis hermanas o con mis padres y todo está bien, todo es familiar y saludable. Pero en mi cuarto algo me aguarda, por las noches. No es nada siniestro ni filoso o peligroso, son mis libros. Así que entro a mi cuarto, me despido de mi familia, o les deseo un buen sueño, y leo hasta entrada la noche y me gustaría decir que la madrugada, pero entrada la madrugada hago otras cosas que tienen menos que ver con la literatura que con escribir. Pero antes de que las cosas que hago en las madrugadas sucedan, sueño con estar en otra parte, como la mayoría de las personas lo hacen. Otra parte donde las cosas no son tan distintas a como lo son aquí, a no ser porque ahí, en esa otra parte, a pesar de que todo es igual, no se desea estar en otro sitio.
Sí, a veces deseo eso. Es lo mismo que prometen todas las visiones trascendentales, todas las religiones, después de la muerte.
Pero esa existencia no me será concedida en vida. Así que hago lo que puedo. Son, en ocasiones, actos desesperados, actos donde ya no guardo esperanzas para mí. Muy bien. Ahora, siguiendo el consejo de un amigo, un buen amigo, un gran amigo, el mejor amigo, entraré al vacío con los ojos abiertos, me arriesgaré y caminaré manteniendo un frágil equilibrio: El acto de desesperación más reciente que hice fue precedido por el mismo acto desesperado, pero que terminó en un fracaso. Aquél primer acto desesperado, que quizá fracasó porque tuvo un elemento de meditación, hoy puedo recordarlo con un poco de gracia.
Dios, esto no va a ningún lado. Esto de regresar al pasado y pensar en las niñas y en las mujeres y en el rechazo y en caminar con determinación hacia una persona en particular, una persona no muy especial pero en ese preciso momento especial y salvadora, una persona que podría redimirme en sus brazos, redimir y anular cada uno de los momentos de rechazo que se vivieron en la penosa adolescencia; en la penosa y aburrida y tediosa adolescencia donde uno iba con los amigos para contarles una y otra vez los rechazos y las historias a las que uno, yo, se aferra. Aquella vez, frente a la espalda de aquella persona, sin detenerme, me di una vuelta en U. Le iba a preguntar si quería ir a tomar, algún día, un café o un refresco o una malteada o un helado. Pero no lo hice. Regresé a la clase de la que había salido y pensé, aliviado, que quizá así fue mejor. Uno finalmente tiene ganas de hacerlo, pero en el último momento, se arrepiente.
-¿Cómo van las mujeres?, le pregunto a un amigo. Un amigo que además es ingenioso, así que temo que me contestará algo así como "Las mujeres van bien, por la acera, las puedo ver caminar y mover las caderas".
-Van bien, me contesta, para mi sorpresa.
Y me alegra que vayan bien, las mujeres, con él, porque a veces sospecho que compartimos las mismas enfermedades e inseguridades. Me gusta pensar eso. Me hace la vida más fácil pensar que todos estamos igual de mosqueados.
Claro que después de un rato me dice: "Bueno, pero hay algo que no funciona".
A las mujeres que conozco se les dificulta recordarme. Tenía un amigo, en la primaria. Sigo viéndolo, pero no puedo decir que seamos los mismos amigos que éramos en la primaria. Éramos unos niños. Su hermana era una niña. Esto es claro. No me gusta complicar las cosas. Ahora él me recuerda y me saluda cuando nos encontramos, incluso nos recordamos episodios de nuestra infancia. Yo tiendo más que él a recordar cosas penosas, quizá por eso ya no somos amigos, o tan amigos como lo éramos antes. Principalmente porque todas esas cosas bochornosas, generalmente, lo tienen a él como protagonista. Y porque las relato con un tono burlón. Entre ellas está la ocasión en que no llegó al baño de mi casa, tenía diarrea; o la vez en que, en un accidente (un matiz que generalmente omito cuando se lo recuerdo), tiró a su hermana por las escaleras y le quebró una pierna. Además de su hermana, que ya no me recuerda cuando la veo o me la encuentro en la calle, tiene un hermano que a veces me saluda y a veces no. De su hermano lo que más recuerdo es que tenía un águila entrenada a la que tuvo que liberar años más tarde, pues había crecido demasiado y ya no podía tenerla en casa. Tenía un guante para águila y un gorrito especial que le ponía en la cabeza y que siempre me hacía pensar en pilotos de guerra. Le daba de comer pollo crudo. Me gusta pensar que su águila se llamaba Mordecai y que su hermana en realidad sí me recuerda pero prefiere no saludarme porque soy el amor de su vida al que nunca se atrevió abordar. Por supuesto, su águila no se llama Mordecai.
Otro acto desesperado: Decido que no habrá manera de conocer a una niña que siempre había visto en la universidad. La veía e imaginaba maneras en que podría conocerla. Le pregunto a mis amigos y a mis amigas si la conocen. Algunos me dicen que sí pero por alguna extraña razón, deciden que no es buena idea que la conozca. Así que un buen día decido entrar corriendo a su cubículo y desmayarme. No, en realidad no me desmayé, ni entré corriendo, pero sentí un calor intenso y una prisa desmedida por preguntarle si estaba ocupada. Quería conocerla. Se soltó a reír y yo estuve a punto de soltarme a llorar. Pero no lo hice, porque no me dio tiempo. Me dijo que era valiente. Y desde que la conzco, lo ha repetido dos veces. "Qué valiente", dice, y me siento perdido, como me sentí perdido cuando escuché si risa por primera vez. Nunca he tenido el valor de preguntarle por qué considera que soy valiente. Esto es terrible. Terrible y cursi y ojalá un buen día las águilas bajen para tragarnos enteros y nos lleven a ese otro lugar donde los deseos son deseos y no esperanzas, y las letras sean letras y sólo letras; o si no puede tragarnos, que al menos nos pregunten si nos encontramos bien y no nos de pena decir que no. Que estamos un poco tristes. Y ojalá el día se termine pronto.

Sunday, September 19, 2004

Hay águilas

Vivo. Donde vivo viven otras personas y otros animales. Sobre la copa de uno de los árboles donde vivo, el más alto, vive una familia de águilas. Y las escucho. De vez en cuando las puedo ver, pero el follaje del árbol es demasiado espeso y la distancia hace que las águilas, desde mi casa, se vean demasiado pequeñas o que, simplemente, no se vean.
Mi hermana le teme a estas águilas, teme que un día bajen volando para arrancarle los ojos.
Miento. En realidad no teme que le arranquen los ojos, pero me gusta pensar que eso es lo que teme; la verdad es que no sé precisamente por qué le teme a estas águilas.
Tengo dos hermanas. Ambas son mayores que yo. La más grande no le teme a las águilas y se llama Rayo. María del Rayo, para ser más precisos, pero siempre ha preferido que se le llame Rayo. Supongo que la hace sentir especial. Y lo es. Quiero mucho a mi hermana Rayo, y a la otra, a Mónica, también. Quizá tanto como a mis padres, o quizá de un modo distinto. Es un amor fraternal, el que le tengo a mis hermanas, y un amor filial, el que le tengo a mis padres. Esto es claro.
En una ocasión una persona me dijo que, en su opinión, el amor era semejante a los árboles. Era una muy mala analogía, pero la expondré: el amor, decía, crecía en distintas ramificaciones con todo tipo de hojas, pero que, finalmente, eran parte de un mismo tronco. Temo que lo que realmente quería decir esta persona, que era mayor que yo y del mismo sexo, era que le daba igual con qué tipo de amor amaba, pues el amor era igual siempre entre las personas. Que, en otras palabras, a él le venía dando lo mismo comer almejas que comer ostras, porque, a fin de cuentas, ambos era moluscos.
Esto ya no es tan claro.
Homofobia a parte: en el lugar donde vivo, decía, viven unas águilas y estas águilas tienen a sus aguiluchos. De vez en cuando, las águilas toman a sus aguiluchos con sus picos o con sus garras, los sacan del nido y los arrojan al suelo. Si los aguiluchos no emprenden el vuelo antes de caer, las águilas las rescatan en el último momento. Es un gran espectáculo. Y temo que siempre que lo vemos, mis hermanas y yo, en el fondo estamos esperando no precisamente que los aguiluchos consigan volar, sino que se estampen contra el adoquinado del fraccionamiento donde vivo.
Ay, la crueldad humana.
Por supuesto, esto nunca ha sucedido. Pero tampoco han volado, así que aún hay esperanzas.
En Nocturno de Chile Roberto Bolaño relata, entre otras cosas, cómo es que su personaje, un sacerdote del Opus Dei, se pasea por distintas parroquias de Chile donde los párrocos ejercitan el arte o la disciplina de la cetrería. Como estas parroquías están infestadas de palomas, que cagan sobre la arquitectura, deteriorándola irremediablemente, a los párrocos de cada una de ellas les parece una buena idea conseguir un águila y entrenarla para que vuele sobre las torres y entre las campanas, sobre las estatuas de santos y cruces, derribando y cazando a todas las palomas que encuentre en su camino.
El título original de Nocturno de Chile, como todo mundo sabe, era Tormenta de mierda; y es un gran libro.
Pero no dejemos que Bolaño nos haga daño. Hablemos de otras cosas. De otras personas y otros animales que viven cerca de donde lo hago yo.
Alguna vez tuve un perro Yorkshire miniatura. Ahora está gozando de unas vacaciones indefinidas. Se fue mucho antes de que las águilas llegaran, lo cual, pensando en que yo aprecio mucho a ese perro, fue para bien. No consigo imaginar qué haría, además de gritar como un desaforado, cuando las águilas bajaran de su nido de águilas para tomar con sus garras de águilas a mi perro, que se llama Idéfix. Lo despezarían en el aire, como Idéfix despedazaba a las lagartijas que reptan en mi patio.
Algunas veces, cuando regresaba de la universidad a mi casa, me encontraba con uno de mis vecinos paseando en el fraccionamiento. Siempre iba acompañado de un empleado que lo tomaba del brazo, en una manera poco homoerótica, y lo llevaba de un extremo del fraccionamiento al otro. Cuando caminaba a su lado, le decía: "Buenas tardes" y siempre tardaba en contestarme. Este señor es un psiquiatra y atiende a sus pacientes en su casa. Es amable y, me gusta pensar, bondadoso. Cuando vivía en Celaya, muchos años atrás, uno de sus pacientes le arrancó los ojos. Yo iba a terapia, antes. Pero con otro psiquiatra que también era amable. Michel Houellebecq decía que todas las personas que se analizaban terminaban siendo egoístas y dejaban de servir para cualquier tipo de relación basada en el amor o en el cariño. Creo que tiene razón.